"En cuanto empecé a tener mareos y picores me di cuenta de que algo malo me estaba pasando". Era abril de 1998. P.C.A. --ella aún prefiere que figuren solo sus iniciales-- trabajaba como auxiliar de enfermería en el servicio de Endoscopia Digestiva del Hospital Infanta Cristina de Badajoz. Allí, entre otras tareas, se encargaba de la limpieza del instrumental clínico. El desinfectante que se empleaba para ello, el Cidex, contenía glutaraldehído, un producto que puede ser muy nocivo para la salud si no se utiliza con precaución.

El pasado 23 de marzo, esta mujer cumplió 56 años. A causa de la inhalación continuada de este producto padece rinitis y faringitis crónicas, uno de sus pulmones no recibe aire suficiente, y sus oídos están dañados por el uso prolongado de antibióticos. Desde hace ocho años tiene que recibir tratamiento psiquiátrico y se le ha reconocido la invalidez permanente absoluta.

En marzo del 2006, el Servicio Extremeño de Salud (SES) fue condenado a pagarle 200.000 euros de indemnización, si bien los los hechos ocurrieron antes de las transferencias sanitarias. La sentencia, del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, ratificaba otra anterior del Juzgado de lo Contencioso Administrativo número 1 de Mérida. En ella se reconocía que los responsables sanitarios no habían puesto ni las medidas ni los medios de protección apropiados para evitar los efectos perniciosos del glutaraldehído. La afectada asegura que cambiaría a gusto esta compensación económica "por volver a tener mi sueldo mensual. A mí lo que me haría feliz es volver a ponerme mi bata, no el dinero. Me han cortado las alas para toda la vida".

A pesar de todo, lo peor para ella ya ha pasado: "Llegué a perder el habla y la movilidad de brazos y piernas. Mi marido me tuvo que enseñar de nuevo a andar. Estuve cuatro años sin salir a la calle porque le tenía pánico. Ahora no es que esté muy bien, pero al menos salgo".

Esta sanitaria lamenta especialmente la cadena de errores que permitió una intoxicación tan aguda como la que ella experimentó. En primer lugar, apunta que ni las condiciones ni el procedimiento eran los idóneos para el uso de este desinfectante. "Tenía que hacer la limpieza manualmente, en una bandeja, y en un espacio muy pequeño, sin ventilación. Esta sala ya no existe --continúa--. A raíz de esto hicieron una en condiciones, pero antes tuvo que pasar lo mío". En esta situación, las precauciones que tomaba --"me ponía doscientas mascarillas y guantes", explica--, le sirvieron de poco.

Tras los primeros síntomas, todavía aguantó trabajando un año. "Tenía pupas por todo el cuerpo y cara. Ellos sabían que el problema era el glutaraldehído, pero seguía estando expuesta", afirma. Es más, está convencida de que no fue la única persona de su entorno laboral que resultó dañada. "Estuvimos expuestos todos. Más gente ha estado haciéndose pruebas conmigo", dice.

Ella no se dio de baja hasta un año después de comenzar a sentirse mal. "Ese tiempo me estuvo supervisando Salud Laboral, que me decía que no me pasaba nada". Además, añade, "trabajaba en un hospital. Se supone que estaba en las manos adecuadas". Tres meses antes de tomar la baja, se la trasladó al servicio de esterilización del Hospital Materno Infantil, también en Badajoz. Allí, además, del glutaraldehído, se empleaba óxido de etileno, otro tóxico peligroso. "Algo sucedió al estar en contacto con ambos productos que mi cuerpo dijo basta".

Y a los problemas físicos le siguieron los depresivos. De pesar 47 kilos --mide 1,56 metros-- se quedó en 39. "Yo lo único que quería era dormir, ni siquiera me apetecía comer". Luego, con la medicación, se produjo el efecto contrario y empezó a sumar kilos hasta alcanzar los 90.

Casada y con dos hijas, la familia de P.C.A. fue la segunda víctima de su intoxicación. "Lo que hemos sufrido todos no se puede pagar con dinero", subraya.

Asegura que al médico que dispuso que el Cidex fuese el desinfectante en endoscopia digestiva --y al que considera en buena medida culpable de sus problemas-- no le guarda rencor, sino "más bien pena e indiferencia". Sin embargo, matiza, "dentro de mi corazón hay algo que puede más que mis palabras. Estos accidentes no ocurren por casualidad, sino porque uno permite que sucedan. Por eso, mi mayor motivación para hablar es que esto no vuelva a suceder".