La larga pero inexorable agonía de ETA comenzó a escribirse bajo los escombros de la T-4 de Barajas. Cuando en marzo del 2006, la banda terrorista anunció un alto el fuego permanente, muchos políticos y ciudadanos pensaron que aquella singular y trabajada tregua podía ser la última, la definitiva. Por eso, la bomba que el 30 de diciembre de ese año mató en el aeropuerto de Madrid a Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate no solo quebró la ilusión, sino que también dejó sin credibilidad a la izquierda aberzale.

Los herederos de Batasuna dejaron de ser un interlocutor político al ser vistos como figuras al servicio de ETA. Así que cuando los etarras hicieron oficial la ruptura de su alto el fuego, el 6 de junio del 2007, el ostracismo pasó a ser su único futuro. La detención por parte de la policía francesa de tres etarras al día siguiente de confirmarse el fin de la tregua fue seguida del arresto, en cinco años, de más de 400 activistas y dirigentes, la desarticulación de las cúpulas y la caída de seis jefes militares los tres últimos años.

El asesinato, en julio del 2009, de dos guardias civiles en Palma de Mallorca, el último crimen en suelo español, sirvió para ratificar la intención del Gobierno de rechazar cualquier contacto con ETA e impedir que quienes les daban apoyo pudieran acceder a las instituciones mientras no se desmarcasen del terrorismo.

La disyuntiva

Condenados a la ilegalidad, los herederos de Batasuna perdían músculo. Los dirigentes de la izquierda aberzale asumieron su disyuntiva: o daban un giro a la historia, o su proyecto político se vería arrumbado. El punto de inflexión fue el 14 de noviembre de 2009. Dirigentes históricos firmaron en Alsasua (Navarra) una declaración que reclamaba un proceso de negociación entre el Estado y ETA "en un contexto de ausencia de violencia". La ponencia Zutik Euskal Herria (Euskal Herria en pie) , aprobada en febrero del 2010, fijó el nuevo catecismo de la izquierda aberzale: la apuesta por "vías exclusivamente políticas y democráticas".

La cita que el 20 de junio del 2010 unió en el Palacio Euskalduna de Bilbao a Batasuna y a Eusko Alkartasuna (EA) para juntos por un Estado vasco actuó como un salvavidas para la izquierda radical, que había quedado fuera del Parlamento de Vitoria. La unidad de la izquierda aberzale con un partido democrático fue el inicio de la alianza electoral hacia las municipales.

En septiembre, ETA confirmó primero el cese de sus "acciones armadas ofensivas" y 20 días más tarde, Batasuna, rodeada de EA, Aralar y Alternatiba, verbalizó por primera vez una petición de tregua "permanente, unilateral y verificable". Ese texto, la Declaración de Gernika, divisaba el principio del fin.

El proceso reservó un papel a los presos. El 90% de los 800 reclusos se subieron al tren de la paz, dejando en soledad al ala dura de ETA. El futuro de los presos era ya la única preocupación aberzale, relegando su exigencia del estatus político vasco. Incluso algunos reos, en privado, han pedido perdón a las víctimas.

La legalización in extremis de Bildu, tras el veto a Sortu, catapultó a la izquierda aberzale al éxito electoral. La conferencia de paz de San Sebastián fue la pista en la que ETA ha aterrizado tras un vuelo rasante de cinco años. Sola, acorralada, sin apoyos.