Ni edades, ni clases sociales, ni sexos, ni nacionalidades ni ideologías ni la intensa lluvia separaron ayer a los miles de madrileños que se manifestaron por los paseos de Recoletos y del Prado sin seguir consignas específicas, coreando lo que cada uno creía conveniente y portando la pancarta artesanal. Fue, sobre todo, una manifestación a la carta en la que cada uno, a su modo, expresó su rechazo a la brutalidad terrorista. Colgadas de las farolas, las fotos de Rajoy a la derecha y de Zapatero a la izquierda, según el sentido de la marcha, apenas merecieron atención.

"¿Ve usted la pancarta?". Era la pregunta repetida a los ciudadanos que consiguieron subirse a alguna barandilla para ver algo. "No, los políticos están en Cibeles" era la respuesta que desilusionaba al interlocutor, deseoso de ver algún rostro famoso. Esta escena ocurrió en la plaza de Colón, en la que no cabía un alfiler a las seis y media de la tarde, treinta minutos antes del inicio oficial de la marcha. En este punto, la gente aguantó más de dos horas protegiéndose como pudo de la intensa lluvia con paraguas que molestaban a todos. Pero ayer nadie estaba por protestar. El dolor de la víspera se había disipado. Había, en general, buen rollo .

Los madrileños fueron caminando hasta este lugar donde los organizadores habían previsto que estuviera la cola de la manifestación. Pero no. La cola superaba las calzadas de las calles adyacentes como una marea imposible de contener. Si Colón estaba a rebosar, otro tanto ocurría en la glorieta de Atocha, final de la marcha. Cuando miles de ciudadanos consideraron que habían cumplido su misión, se dispersaron y el centro de Madrid se convirtió en el escenario de una manifestación espontánea.

Sin instrucciones

Como la gran masa no tuvo ninguna instrucción sobre cuando debía empezar a expresar su rechazo, cada grupo de amigos, compañeros de trabajo o de colegio que se habían citado, fue por libre. Unas adolescentes consideraron que era el momento de formar la palabras "asesinos" y se pusieron por orden para exhibir el folio en el que cada una había escrito una letra. Organizaciones como Basta Ya y Manos Limpias repartieron carteles que decían "ETA, no" para que la gente los pusiera encima de los paraguas. La lluvia perdió la batalla contra la imaginación.

Los que siguieron sus instintos más pacifistas encendieron velas; los ultras sacaron la bandera española con el toro de Osborne impreso y no pararon de gritar "Puta ETA" y "Bote, bote, bote, etarra el que no vote". "Otegi cabrón, súbete al vagón", llegó a oirse tronar entre grupos reducidos.

Los que compartían dudas sobre los autores de la matanza se dejaron parte de las cuerdas vocales al vocear la proclama "¿quién ha sido?" bajo dos carteles que decían "Gobierno mentiroso". Otros hilaron más fino y con mensaje subliminal: "Nosotros dijimos no a la guerra", se escuchó.

Crespón negro

Dos mujeres colombianas sacaron una bandera de su país con crespón negro. No conocían a ningunos de sus tres compatriotas muertos pero sintieron que "algo tenemos que hacer". Otros superaron el dolor y colocaron la foto del familiar muerto en un cartel hecho a mano.

Como la marea humana no avanzaba algunos espontáneos no dudaron en abrir el debate. Una pareja sostenía, sin dudar, que ETA había sido la responsable de la masacre. "Esto lo hicieron los españoles", aseguraba la mujer que así los distinguía de Al Qaeda. Sin embargo, terció un abogado: "Quieren que pensemos eso pero no lo sabremos hasta después del domingo". Elecciones, pena de muerte, cambios del Código Penal,... El comienzo de la manifestación puso punto final a la conversación.