A las 11.20 de la mañana de ayer, cuando faltaban 40 minutos para el inicio del Pleno de constitución de la Asamblea de los próximos cuatro años, la explanada anterior al edificio de la misma era una algarabía de diputados del PP. Trajes de disanto. Sonrisas iluminadas como vidrieras. Abrazos. Palmadas. Besos retenidos para dejar que se expresara la emoción. Allí estaban Laureano León , Juan Parejo , Cristina Teniente bajo los naranjos. Por allí apareció Fernando Manzano , acicalado, como si apenas regresara de comulgar. En ese momento todavía faltaba más de una hora para que recibiera los 32 votos de su partido que lo convertían en el primer presidente ´popular´ del Parlamento de Extremadura, pero aún siéndolo solo en ciernes ya llevaba consigo uno de los indicios del poder: iba rodeado de algunos suyos y él, seguramente sin pretenderlo, ya ocupaba ese centro imperceptible que van creando en torno de sí los que mandan. Manzano recibía parabienes de Elena Nevado , alcaldesa de Cáceres, Fernando Pizarro , alcalde de Plasencia... Dentro, en el patio de la Asamblea, se columbraba la figura de Juan Ramón Ferreira , el todavía presidente, que apuraba sus últimos minutos al contraluz de la mañana.

En esa estampa de mundo recién estrenado, como si todo lo que ocurría cupiera en el estallido dichoso del recreo de un colegio, apareció Pedro Escobar . Camisa blanca de manga corta y la cinta del bolso cruzándole en bandolera. Iba hacia la puerta del Parlamento. No iba nadie con él. De pronto, Escobar, su soledad, el silencio de que venía rodeado hasta que unos periodistas lo abordaron, ponía el contrapunto al cuadro festivo con luz de Sorolla que pintaban los diputados del PP. Y si te acercabas veías en su cara los surcos que deja el drama. Escobar habla ante los periodistas, se explica sobre lo que ha pasado y lo que puede pasar, pero nada era más informativo que su cara, las marcas de su cara, la grafía de una tortura desde el momento en que se le ha encomendado la misión de traicionarse por obedecer a los suyos. Tal vez no cumpla con mi trabajo al no contar qué pasó en el hemiciclo ayer, cuando el PP comenzó su ascensión al poder, pero no he encontrado crónica que explique mejor lo que le ha ocurrido a esta región desde la noche del 22 de mayo --y de la que la sesión de ayer en la Asamblea era consecuencia--, que la mirada atormentada de Escobar sobre el ruido alegre, unos metros más allá, de los diputados del PP celebrando el triunfo que le deben.

Llegó de los primeros al hemiciclo. Solo se le adelantaron Víctor Casco y Francisco Fuentes . Fue, vino, brujuleó. Antes de ocupar su sitio dio con el atril de la tribuna de oradores y aprovechó la ocasión para llamar la atención sobre la página del ejemplar de la Constitución extrañamente ocupada por un escudo franquista. Cuando le tocó prometer su cargo hubo un cierto aleteo de fotógrafos. Pronunció la fórmula protocolaria de toma de posesión atropellándosele las palabras y volvió a su escaño con la misma cara baja con la que estuvo buena parte de la sesión de constitución de la Asamblea.

En la Travesía de San Salvador, una calle muy próxima al Parlamento, dos carteles electorales de Escobar amarillean en la pared. Bajo su imagen, un eslogan: "IU, con la gente de izquierda". Alguien, a bolígrafo, ha escrito en uno de ellos: "Si apoyas a Vara devuélveme mi voto". Escobar no ha apoyado a Vara, aunque quería hacerlo quizás para no traicionar su eslogan de campaña. Sin embargo, su votante anónimo, el escritor con bolígrafo, respirará aliviado porque su abstención servirá para que gobierne el PP. He aquí las dos orillas del drama de Escobar. Su cara en el cartel es tersa y sin arrugas; la de verdad, solo distante 50 metros, está surcada por las marcas del dolor. Es el retrato, al revés que en la novela, de Dorian Gray. Para que luego digan que la política no tiene nada que ver con la vida. Con la vida y con la historia, porque entre una cara y otra, en esas marcas, está escrito lo que le ha pasado a esta región desde el 22 de mayo.