Tenía razón cuando lo dijo. Su rostro no se parece en nada a los de "esos otros presidentes de los billetes de dólares". Nacido en Hawái, criado en las islas e Indonesia, de padre keniano y madre de Kansas, mulato por tanto pero a la vez el primer negro dispuesto a plantarse a las puertas de la Casa Blanca, con educación de Ivy League y formación profesional en lo más duro de Chicago. No, Obama no se parece a los presidentes que aparecen en los billetes de dólares, pero este hecho, que cuando anunció su candidatura a la Casa Blanca parecía el mayor de sus inconvenientes (¿cómo va a ser un negro presidente de EEUU?), ha acabado convirtiéndose en la mayor de sus ventajas: sin necesidad de que abriera la boca, Obama ya simbolizaba el cambio por el que suspira este país.

Ann Dunham nació en Wichita, en esa Kansas conservadora que con el tiempo se convirtió en la hebilla indispensable del cinturón de la Biblia de EEUU. Pero Dunham no era una hija tradicional de Kansas. En la Universidad de Hawái conoció a Barack Hussein Obama, un estudiante keniano musulmán que se declaraba ateo. Se casaron y juntos tuvieron a Barack Hussein Obama, nacido el 4 de agosto de 1961. Dos años después, la pareja se divorció, y el padre de Obama regresó a Africa y murió en un accidente de automóvil en 1982.

Figuras fuertes

Obama solo vería a su padre una vez, a los 10 años. De esa figura paternal inexistente pero por eso siempre presente y lo que significa para él y su identidad surgiría años después Sueños de mi padre, su primer libro, escrito cuando no era quien ahora es, y por eso de una sinceridad y calidad inhabituales en las obras de políticos.

La biografía de Obama está marcada por unas figuras femeninas fuertes. Ann --que murió de cáncer de ovarios en 1995-- es la primera. Tras su divorcio, se casó con el indonesio Lolo Soetoro, y la familia se mudó a Yakarta, donde Obama vivió hasta los 10 años, edad en la que regresó a Hawái para ser criado por la segunda gran mujer de su vida: su abuela, Madelyn Dunham, fallecida el lunes. Mientras Obama pasaba de la infancia a la adolescencia, se convertía en jugador de baloncesto y coqueteaba con la cocaína y la marihuana, su madre iba y venía de Indonesia. Acabado el instituto, empieza una etapa clave en la formación de Obama: hasta 1988 vivió en Los Angeles y Nueva York, donde cursó estudios universitarios (se especializó en relaciones internacionales en la Universidad de Columbia), pero sobre todo trabajó como asistente social en las zonas más degradadas y con mayor carga racial de Chicago.

1988 es el año en que Obama empieza a tomar el camino que le ha llevado a un paso de la Casa Blanca. Fue entonces cuando entró en la facultad de Derecho de Harvard y, a los dos años, fue elegido director de su prestigiosa revista. Eso le granjeó sus primeros titulares periodísticos, al ser el primer negro en conseguirlo. También sirvió para empezar a intuir que Obama no sería un político negro como los demás. Sus compañeros recuerdan que él no ejerció su cargo desde un punto de vista de identidad negra, lo que con el tiempo se convertiría en una de las características principales de Obama como figura pública.

En los tiempos de Harvard, la vida de Obama ya estaba centrada en Chicago. En 1989 se casó con Michelle, brillante abogada, la tercera gran mujer de su vida, con la que tiene dos hijas. Obama ha dicho que Michelle, entre otras muchas cosas, le sirve para que su ego y su ambición no se desborden. Porque ya entonces el joven Obama empezó a cimentar su carrera política en un entorno tan complejo como es la política de Chicago. Era un Obama que trabajaba de abogado tras doctorarse cum laude en Harvard y que frecuentaba los círculos demócratas más izquierdistas. Pero, a la vez, supo cómo trabajarse la maquinaria de su partido en la ciudad, paso previo imprescindible para aspirar a un cargo público.

En 1997 se convirtió en senador del estado de Illinois, cargo que revalidó en dos ocasiones hasta el 2002. En el 2000, perdió las elecciones a la Cámara de Representantes nacional. Pero en el 2004 ganó la carrera al Senado de EEUU y se trasladó a Washington. Ese Obama ya tenía muy claro su objetivo. La convención demócrata del 2004, la que coronó a John Kerry para acabar perdiendo contra George Bush, es recordada por su emocionante discurso, en el que presentó en sociedad uno de los pilares que lo han llevado al umbral de la Casa Blanca: la esperanza de cambiar mediante la unión de todo el país tantas y tantas cosas que no funcionan en este perplejo y agotado EEUU del siglo XXI. Ese fue el tema de uno de sus mejores discursos de esta campaña, el de la victoria tras el caucus de Iowa en enero.

Esta idea de unión y de trabajo conjunto frente a las adversidades surge de su experiencia como asistente social en Chicago. Esa ciudad, hogar de adopción del que hasta que llegó era un trotamundos, marca a Obama. Allí aprendió a hacer política, allí sentó la cabeza, allí se enamoró y fundó su familia y allí, en sus propias palabras, encontró la religión. Su padre era musulmán, aunque no creyente, al igual que su padrastro, mientras que su madre y sus abuelos no eran creyentes.

En Chicago conoció de primera mano la labor social de las combativas iglesias negras, y acabó en la Trinity United Church of Christ, donde en 1988 se bautizó, se casó y bautizó a sus hijas. Por eso tener que renegar públicamente del reverendo Jeremiah Wright durante la campaña electoral fue un trago tan amargo para Obama, aunque como es habitual en él lo aprovechó para ofrecer un inspirado discurso sobre la cuestión racial en EEUU.

En Chicago también vio Obama un ejemplo que no iba a seguir: el de Jesse Jackson. De hecho, los históricos líderes de la comunidad negra nunca han visto con buenos ojos a Obama, defensor de un pragmatismo que sostiene que insistir en las reivindicaciones de los negros solo logra separar a los blancos con quienes tienen objetivos comunes. Si los negros tienen problemas de sanidad, argumenta Obama, hay que cambiar el sistema en su globalidad, lo cual favorecerá a todos. Lo importante son los problemas, no la identidad de a quienes afectan.

Esta visión, que tanto ha contribuido a que lo hayan votado muchos blancos, nace de su experiencia personal. Obama tiene seis parientes directos de la parte keniana de su familia, y una hermanastra indonesia fruto de las segundas nupcias de su madre. A eso hay que añadirle la familia blanca de Kansas de su madre. Una ONU en miniatura, como a veces ha bromeado Obama, que contribuye a la imagen de modernidad, mestizaje y cambio que tan atractiva resulta sobre todo entre los segmentos más jóvenes del electorado. Y es que Obama, por su biografía, es a la vez mensaje y mensajero del cambio que anhela EEUU.