Pensaba en mis mensajes para estas elecciones. Rotundos como los de los partidos: No vote al Partido Popular, en lugar preferente. No vote al PSOE. No a Izquierda Unida (sucursal de Cuba). Por ninguna parte aparecía: Vote a... Quizá debería decir: Vote a... ciegas. Hay razones (que el corazón entiende) para no votarles, claro. Imposible enumerarlas en el espacio de una columna. Porque es sabido que el voto, este tipo de voto cuatrienal, nada construye. O apenas construye, para no caer en el catastrofismo. Es una falacia esta especie de eslogan: "Un hombre, un voto".

Nadie va a legalizar de una tacada, por ejemplo, lo que un hipotético voto mío querría para esta comunidad: el consumo de cualquier droga, la eutanasia, la protección de las corridas de toros o que los alquileres por vivienda no superaran los cien euros por treinta metros cuadrados o los doscientos por ochenta. Ni ese voto mío impediría desafueros tipo Elia Blanco en Plasencia o Pedro Acedo en Mérida.

A veces tengo un día proyanqui (el menor gobierno posible, la mayor libertad posible) y a veces un día, digamos, social (un gobierno que atienda a gente necesitada, mantenga la sanidad y la educación en sus manos a toda costa, y que no limite la libertad, ni siquiera al candidato de Democracia Nacional de Almendralejo). Cierro con Jacinto Benavente, casi toda su obra reducida a esta frase: "He aquí el tinglado de la antigua farsa". Y no olviden que esta es una columna sobre principios marxistas (de Groucho Marx): si no les gustan, aquí tengo otros.