Al anochecer, el corazón del atleta de Dios seguía resistiendo, a pesar de haber sido torturado con saña por la adversidad a la largo de sus 84 años de existencia. "Está mal y es más fuerte que todos", decía una joven que acudió a rezar el rosario en la plaza de San Pedro por segunda noche consecutiva, con la mirada fija en lo alto de los apartamentos papales. Poco después de las diez de la noche la chica lloraba desconsoladamente. El cardenal polaco Edmund Szoka acababa de interrumpir la oración para anunciar que el Papa había dejado la vida terrenal y los 40.000 personas congregadas enmudecieron durante largos minutos.

El paso de las horas sin que llegara lo inevitable había alimentado la esperanza. Cuando corrió la voz de que el Vaticano había dado publicidad a un escueto comunicado en el que se decía que el Papa seguía vivo, hubo un aplauso sostenido y atronador. Eran muchos los que suscribían la afirmación de una de las presentes, a la que acompañaba una hija de corta edad: "Espero un milagro. Espero que mañana se asome a la ventana y viva 10 años más para que ella --la niña-- le pueda conocer".

Redoble de campanas

Cuando el prodigio se hizo imposible, la campanas de las iglesias romanas comenzaron a redoblar. En el interior de los apartamentos papales todavía brillaba la luz. Los presentes en la plaza, visiblemente más afligidos, no tardaron en reanudar la oración.

Los improvisados estudios de televisión instalados en la boca de la via della Concilliazione estallaron en una actividad frenética. Los periodistas más avezados subrayaban que la existencia del Pontífice se había apagado coincidiendo con la celebración de la fiesta de la Divina Misericordia que el mismo Wojtyla instituyó hace pocos años empujado por su devoción por la Virgen.

Durante toda la jornada el enjambre de cámaras, focos, presentadores y parabólicas había ido engordado, convirtiéndose en la última atracción turística de la ciudad, hasta el punto que los automovilistas aprovechaban la pausa del semáforo para sacar su móvil por la ventanilla y hacer una foto del fenómeno.

Durante todo el día, la presencia de policías y voluntarios de protección civil ataviados con chaquetas de color verde fluorescente había ido en aumento en las inmediaciones del Vaticano.

Los obreros desmontaron, por la mañana, el altar instalado en la escalinata de acceso a la basílica de San Pedro y aguardaban instrucciones para preparar el andamiaje de los funerales. Todos parecían listos para hacer frente a lo inevitable. El trasiego de furgonetas no presagiaba nada bueno para los que aún confiaban en un milagro.

Miles de peregrinos

Las autoridades, que ahora esperaban con inquietud la llegada de centenares de miles de peregrinos deseosos de rendir su último homenaje al Papa, habían logrado horas antes cerrar la lista de espacios que, como el estadio olímpico o las instalaciones de la Feria de Roma, se habilitarán para dar cobijo a los que se darán cita en la ciudad.

A medianoche, cuando la riada de gente hacia la plaza de San Pedro iba en aumento, se anunció que los funerales se celebrarían el próximo miércoles y que, a partir de mañlana lunes, el cuerpo de Juan Pablo II se expondría a la devoción de los fieles en San Pedro. Las calles próximas al Vaticano se hallaban colapsadas y las autoridades hacían notables esfuerzos para pedir a través de los medios de comunicación que los romanos dejarán el coche en casa, aunque con poco éxito.

Al inicio de la madrugada de hoy, la policía calculaba que unas 100.000 personas se agolpaban en la plaza, iluminada como pocas veces, bajo la ventana donde el pasado miércoles se asomó por última vez Karol Wojtyla, donde entonaban cantos y rezaban. "La vida no finaliza para los creyentes con la muerte", insistía en explicar un monja a un grupo de turistas japoneses.