El Cabril es el nombre de una finca situada en la Sierra Albarrana, que está en una esquina de Sierra Morena, al norte de la provincia de Córdoba y muy próxima a la de Badajoz. También es la denominación del almacén de residuos nucleares de baja y media actividad ubicado en la misma. Allí, debajo de pinos y encinas entre los que campan a sus anchas manadas de ciervos, se almacenan más de 27.400 metros cúbicos de residuos radiactivos (el equivalente, aproximadamente, a la capacidad de siete piscinas olímpicas), lo que supone el 61% de su capacidad.

Tal y como funciona ahora, El Cabril está operativo desde 1992 y recientemente ha experimentado una ampliación para almacenar residuos de muy baja actividad. Sin embargo, fue en 1961 cuando la Junta de Energía Nuclear --organismo encargado entonces de este área-- trasladó los primeros bidones de residuos nucleares a la antigua mina de uranio que se ubicaba en esta zona (Mina Beta). En los 80, con la creación de la Empresa Pública de Residuos Radiactivos (Enresa), se decidió mantener el emplazamiento reformándolo.

Cuando uno llega, lo primero que se encuentra es el puesto de control que impide el libre acceso e identifica las mercancías que llegan, ya que las medidas de seguridad son estrictas. Las instalaciones se dividen en tres áreas: administrativa, acondicionamiento y almacenamiento. Los residuos pueden llegar ya acondicionados (en bidones), con materiales que se pueden compactar o en estado líquido o sólido. En el segundo y tercer caso, los operarios de El Cabril se encargan de preparar los bidones y, después, los colocan en las estructuras de almacenamiento que están cubiertas de hormigón y son enterradas (ver reproducción arriba), recuperándose después el paisaje.

Estos sistemas están preparados para aguantar sellados al menos 300 años, que es lo que tarda la radiactividad de los residuos de baja y media intensidad en decaer hasta los niveles de fondo natural (en los de muy baja intensidad son 60). Además, cuentan con un sistema de control de infiltraciones y lixiviados, para evitar que una posible filtración de agua pudiera propagar la radiactividad por el medio natural.

La mayoría de los desechos que llegan a El Cabril (el 95%) provienen de centrales nucleares, aunque también se reciben de hospitales, laboratorios, centros de investigación o industrias. En su transporte, las medidas de seguridad son muy estrictas e incluyen garantías como aguantar una caída libre de nueve metros o permanecer inmerso a 200 metros de profundidad durante una hora.