La Iglesia católica se ha caracterizado siempre por su afición al espectáculo y al boato, a la extraversión litúrgica y a la plástica barroca, en oposición a la austeridad de la cultura protestante, basada en la interioridad del diálogo del creyente con Dios sin intermediarios.

En la era de la televisión, la Iglesia católica ha potenciado su vocación escénica y Juan Pablo II, que se había formado en su juventud en el mundo del teatro, lo demostró con creces en sus actos públicos. Introdujo en sus viajes el gesto espectacular y teatral de lanzarse desde la escalerilla del avión para besar el suelo del país que le recibía, una práctica que por cierto ocasionó fricciones con la diplomacia española cuando se empeñó en besar el suelo del aeropuerto de Bilbao, lo que venía a reconocer implícitamente su condición de país independiente.

VOCACION MEDIATICA Las cámaras de los fotógrafos y de las televisiones se recrearon en aquel ritual tan aparatoso, que duró lo que la salud del Pontífice le permitió. Y cuando revisamos las imágenes del atentado que sufrió por obra de Alí Agca, captado en directo por las cámaras, tenemos la impresión de asistir a una escena arrancada de una película de intriga propia de Hollywood. En efecto, Juan Pablo II ha sido el papa más mediático de la historia, en parte también porque su pontificado ha coincidido con la era de la explosión mediática y de la televisión global.

Esta vocación mediática y televisiva la ha arrastrado Juan Pablo II hasta su agonía, intentando inútilmente articular sus bendiciones ante la plaza de San Pedro y ante los ojos de sus atentos teleobjetivos, dando como resultado unas muecas dolorosas que sólo podían complacer a los mirones sádicos. Y, como era previsible, el protagonismo televisivo ha perdurado una vez traspasado el umbral de la muerte, con su cadáver expuesto con boato en la sala Clementina del Palacio Apostólico. Ha supuesto el fastuoso broche necrómano de su protagonismo mediático mantenido a golpe de efecto durante casi tres décadas y que han incorporado a su augusta figura al star system electrónico de nuestra mediasfera.

La exhaustiva cobertura de la muerte del Pontífice romano resultaría inimaginable en el caso de la desaparición de otros líderes religiosos no menos respetables, como el Dalai-lama, por ejemplo. ¿Supone este exagerado interés mediático que seguimos anclados en una hegemonía religiosa eurocéntrica? En el caso de TVE, televisión pública nacional de un Estado aconfesional, la cobertura de 24 horas de la primera cadena sólo puede explicarse por el deseo del poder gubernamental de congraciarse con el poder eclesiástico católico, en un momento de horas bajas en las relaciones entre ambos. Pues no puede afirmarse que la programación tuviese especial interés informativo, con sus imágenes monótonas, reiterativas y estáticas de postales vaticanas, acompañadas de comentarios encomiásticos, que no debates, de unos tertulianos católicos, apostólicos y romanos, sin fisuras en su culto a la personalidad del Pontífice.

La pregunta que surge inmediatamente es: ¿Se han respetado con esta prolongadísima emisión monográfica --sin parangón en la historia televisiva de nuestra democracia-- los derechos constitucionales de los acatólicos de este país?.

MANDATO CON CLAROSCUROS En el conjunto de loas electrónicas ante el cadáver mayestático del Pontífice, algunas pertinentes, se han subrayado sus virtudes pastorales, teológicas y políticas. Otras características de su pontificado han quedado en sordina, como el hecho de que entre el sida y el preservativo haya optado por el primero. O como las afirmaciones contenidas en su último y reciente libro, que descalifican a la Ilustración y piden un retorno a la doctrina de santo Tomás de Aquino, es decir, a la filosofía escolástica del siglo XIII. De modo que su pontificado con claroscuros se ha convertido en un reinado deslumbrante.