"No os olvidamos", fue el grito silencioso que recorrió ayer la ciudad de Madrid que, de la misma manera que el resto del país, paró cinco minutos para rendir un emocionado homenaje a las víctimas de la mayor barbarie terrorista que ha sacudido Europa, el 11-M.

Minutos antes del mediodía, las estaciones de Atocha, El Pozo, Santa Eugenia y la calle de Téllez (próxima a Atocha) se fueron llenando de gente. Los carteles luminosos de las estaciones y los sistemas de megafonía repetían el mismo mensaje: "En recuerdo a las víctimas de los atentados terroristas en Madrid, todos los trenes realizarán una parada de cinco minutos a las doce del mediodía".

El aviso era innecesario. La mayoría de las personas que se acercaban a esos lugares acudían para rendir homenaje a las víctimas de la masacre del 11-M. Muchas se tomaron la mañana libre para poder estar allí al mediodía. Al menos, eso fue lo que pasó en Atocha. En el vestíbulo de la estación, que durante meses se convirtió en un altar de homenaje a las víctimas, se reunieron miles de personas que respetaron el espacio, ahora vacío, en el que hace un año se colocaron centenares de velas rojas, flores y escritos.

Los servicios de megafonía de la estación emitieron durante los cinco minutos de paro música clásica. Por su parte, los ciudadanos acompañaron la melodía con el silencio contenido de sus lágrimas. Un año después de aquella fatídica mañana, todavía se podía palpar el dolor. Recorría el vestíbulo, descendía por las escaleras mecánicas, traspasaba los andenes, donde estallaron los trenes, y envolvía la ciudad.

De pronto, el ruido de las obras, las bocinas de los coches, las conversaciones de los paseantes se apagaron. Todo se aquietó. Los automovilistas salieron de sus coches y el tráfico rodado quedó interrumpido. El silencio, un silencio clamoroso, se hizo dueño de la ciudad.

Muerte y horror

También las lágrimas fueron las protagonistas. El llanto sorprendió a muchos ciudadanos que se dejaron arrastrar por los sentimientos, por la emoción, por el recuerdo de una ciudad que aún lame sus heridas después de haber sido sembrada de muerte y horror.

"Nos podía haber pasado a cualquiera", era el sentir mayoritario de esos ciudadanos que volvieron a enseñar lo mejor del ser humano: la compasión, la solidaridad y el amor por los ausentes y por los que todavía luchan por recuperarse de sus heridas físicas o psíquicas.

A las estaciones también regresaron los altares. Las velas rojas, las flores y los mensajes volvieron a ocupar los espacios de los que se hicieron dueños hace un año. Un poema en memoria de los fallecidos en los atentados inaguraba ese homenaje popular. En otros escritos se leía: "La violencia es el último recurso del incompetente". "Hay que ser capaz de morir por unos ideales, pero no matar por ellos". "Tan sólo quiero recordarte y sonreír".

Nadie que pasara por allí, aunque fuera con el tiempo justo para coger un tren, pasaba de largo. Leían los mensajes y recordaban el horror. Una mujer, de unos 50 años, lloraba en silencio. "Yo iba en uno de esos trenes. Hoy tengo el día libre, pero tenía que venir, estar aquí", gemía.

Subir al tren

No fue la única. Muchos jóvenes se acercaron para recordar a sus amigos fallecidos. "Sonia, no te olvidamos", decían los mensajes. Otros homenajearon a los suyos con un acto, ausente en sus vidas desde hace un año: subirse a un tren. Eso, al menos, explicaba una joven que perdió a su hermana.

Hasta la estación de Atocha también se acercaron algunos ciudadanos árabes. Muchos musulmanes residentes en España rezaron por las víctimas y se sumaron al paro. También reiteraron que su religión es contraria al terrorismo.

En la mayoría de los casos, los paros terminaron con aplausos, como ocurrió en Atocha. Se pretendía así blindar la ciudad para que no se repita la tragedia. Para que "los autores sufran el mayor de los castigos: que sepan el daño que han causado", como se leía en uno de los mensajes de Atocha.