El Papa dimite a finales de este mes porque no se considera a la altura física y mental de "ejercer adecuadamente" el cargo que le fue confiado con la elección. Se trata de un acto de honradez intelectual y de coraje, tal vez de una revolución en la historia futura de los papas, pero al mismo tiempo del reconocimiento de su incapacidad para gobernar a 1.200 millones de católicos en los tiempos actuales.

Lo puntualizó bien ayer, hablando en latín, a los cardenales, cuando anunció su dimisión para las ocho de la tarde del próximo 28: "En el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu". Benedicto XVI añadió que se trata de un vigor "que en los últimos meses ha disminuido en mí, de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado".

"De la cruz no se desciende", ha recordado polémicamente Stanislaw Dziwisz, secretario personal de Juan Pablo II e inspirador de la dramática imagen que acompañó los últimos años de Karol Wojtyla. "El Papa abandona el cargo también por los pecados de la iglesia", ha comentado de su parte Marco Tarquinio, director del diario Avvenire de los obispos italianos.

El portavoz papal, Federico Lombardi, ha puntualizado que "no resulta ninguna enfermedad en curso que haya influido en este tipo de decisión" y ha reconocido al Papa "un coraje y una sinceridad admirables".

Desde un punto de vista legal, no existe ningún obstáculo para que un Papa dimita, aunque en más de 20 siglos de historia se trata del primer caso ocurrido en los últimos 700 años. Otros dos papas renunciaron posteriormente a Celestino V (siglo XIII), pero fueron dimitidos a la fuerza por las familias nobles de Roma. El mismo papa Celestino no tenía nada que ver con Roma: le eligieron mientras guerreaba en Tierra Santa y cuando llegó a la ciudad, ya Papa, descubrió que era un nido de serpientes y renunció. Terminó su vida en un pequeño pueblo de la región de los Abruzos, cuya tumba Benedicto XVI quiso visitar tras el terremoto de 2009. Papa Ratzinger es, pues, el primero que renuncia con plena tranquilidad.

Cuando un obispo dimite, el Papa debe aceptar su decisión; pero un Papa no dimite ante nadie. El código canónico ilustra que tiene solo que comunicarlo de forma clara y de manera voluntaria. Por eso la puntualización de que la dimisión tendrá lugar a las ocho de la tarde del 28 tiene su pequeña miga.

El anuncio llegó ayer por la mañana a trompicones a las agencias de información, porque pocos de los presentes en el momento que el Papa lo dijo (clérigos, obispos y cardenales) entendieron la frase en latín. Les adelantó una informadora de la agencia italiana Ansa, primera en dar la noticia.