A Zapatero le quedan, en principio, cuatro años por delante para desarrollar su programa. En todo caso, ha comenzado marcando ya lo que deseaba: ayer en el Parlamento se vivió una jornada que no recordaba casi ningún cronista. Porque el tono, las maneras, son distintas a las de los últimos cuatro años. En la esquinita pegada a la escalera, donde se sentaba por última vez, Aznar miraba, todavía con gesto enfurruñado, la escena en la que él ya no era protagonista. No pintaba nada, ¡uf! El ya expresidente es capaz de perdonar, seguro; pero no soporta que le perdonen. Y casi no se habló de él.

Había cambios de tono apreciables. Y Zapatero los introdujo al hablar de tres asuntos: su Gobierno va a sacar a España de la foto de las Azores; va a entregar a los homosexuales sus derechos civiles, y la primera ley va a ser de protección de la mujer contra los malos tratos.

Pitos a los artistas

El espectáculo estaba en los asientos del PP. Unos señores que se pusieron a silbar cuando el aspirante a presidente citó a los artistas y creadores y añadió a Cervantes. ¿Es que la derecha española no cuenta con ningún artista? Desde luego, a partir de ayer, no.

Rajoy en la oposición emite los mismos contenidos que en su campaña electoral. No se ha dado cuenta aún de que los argumentos que utilizó son los que le llevaron a la derrota: Zapatero va a tener un Gobierno débil e inestable, y él (Rajoy) con quien quiere debatir es con todos sus socios, porque su política está condicionada por cada pacto. Se le olvida que Manuel Marín no es Alfredo Urdaci y aquí hay reglamento.

Pero Rajoy mismo, aunque no se distancie de los contenidos de Aznar (ya le obligarán a cambiarlos los congresos del PP a quien salga elegido en ellos), sí se distancia de los modos. Le harían falta muchas horas de estar estribado en la barra de un bar de luces mortecinas, repleto de gañanes encabronados, para poder imitar su gesto. Y soltó ironías de las que el respetable agradece porque liman la aspereza del mensaje.

Hockey e ingenio

Y ahí intervino el raro efecto del poder. Porque, de súbito, Zapatero fue capaz de tener algún golpe de ingenio. A la pregunta de qué hará con las selecciones deportivas (el hockey catalán, por supuesto) respondió que destituir al secretario de Estado del Deporte, que no se enteró de nada. El nuevo, Jaime Lissavetsky, que es quien tendrá que lidiar con el asunto, deambulaba por el Congreso meditando qué hacer con la selección de pádel de Valladolid.

El sacrosanto asunto de la Constitución sí que amenazó con tormenta. Pero se toreó. La advertencia de Rajoy fue curiosa: no abra un tema que no está seguro de poder cerrar. Si se lo hubiera aplicado a sí mismo, no habría convocado elecciones. Cosas de la democracia.

Los dirigentes debatían ante sus huestes, repletas de ardor. Muchos eran nuevos en el oficio y esperaban a ver cuándo debían aplaudir a su jefe. Los más expertos hooligans del PP, como Pujalte (el de Gescartera), sabían cómo golpear el escaño, y maqueaban de veteranos para envidia de Cisneros, que tenía que mantener la compostura en la Mesa. Servidumbre del cargo.

Zapatero no tiene miedo a cambiar la Constitución ni a anular el Plan Hidrológico o la ley de calidad. Falta la fecha de Irak. Pero dice que los trae, salvo que...