Si el entusiasmo de la calle es un termómetro del estado de la monarquía española se diría que los nuevos Reyes gustan pero tampoco despiertan grandes pasiones. El recorrido de los monarcas por el centro de Madrid se llenó lo justo para dar buenas imágenes para la televisión pero ni rastro de las aceras a rebosar de otros grandes acontecimientos ciudadanos o deportivos como los últimos paseillos de la Roja , el Real Madrid o el Atlético.

Algunos se lo tomaron hasta mal. "Telemadrid ha dicho que salgamos todos pero nada", se lamentaba un señor mayor en el neurálgico cruce de Gran Vía con Alcalá. "Es verdad que no hay mucha gente, pero con el poco boato con que lo han preparado...", añadía su esposa. Tampoco el bando de Ana Botella, la alcaldesa, pidiendo que se colgara la bandera en los balcones tuvo mucho éxito y menos, claro, en el centro del a ciudad donde más de la mitad de los edificios son de oficinas.

En lo que sí triunfó Botella fue en el reparto de banderas a pie de calle. Aportaron el colorido y la alegría que el ceremonioso acto oficial no tenía. Decenas de "dinamizadoras" vestidas de naranja fosforito lograron colocar miles y miles, con la inestimable ayuda de la revista Hola , que en inteligente estrategia comercial también distribuía la rojigualda con su logotipo.

A la gran mayoría no le importaba si eran muchos o pocos asistentes. Venían a contemplar un acontecimiento histórico, a apoyar a una monarquía en la que creen o ambas cosas a la vez. Y se lo pasaron bien. Laura Díaz y Aída García, dos estudiantes de periodismo de 20 años, consideraban que "tenían que estar aquí" para contagiarse del ambiente y porque se consideraban "monárquicas".

Turistas

Los que más felices parecían eran los turistas, encantados de que el destino les hubiera deparado un evento con el que no contaban. "Hemos venido a a ver al nuevo rey por casualidad. Nuestros amigos no se lo van a creer cuando vean la foto", contaba con entusiasmo Eloisa Conteprato, una filipina que esperaba en Cibeles junto a una amiga.

Donde más se desbordó el entusiasmo fue en la céntrica plaza del Callao. Una pantalla gigante colgada de la fachada de los cines retransmitió íntegramente el acto de proclamación y los gritos de "Viva el Rey" y "Viva Letizia" y todo lo que hicieran falta para animar no cejaron en toda la mañana. Son las ventajas del plasma.

Los carteristas se ceban

En el resto del recorrido los gritos se reservaban para la aparición de la imponente figura del Rolls Royce con Felipe VI de pie en posición de saludo. La policía, que desplegó a más de 5.000 agentes con controles infinitos y francotiradores estratégicamente situados en las azoteas, debió dar el visto bueno a la insólita exposición pública de un monarca. Ni un solo metro cuadrado de Madrid escapó a su control. Claro que solo estaban pendientes de la supuesta amenaza terrorista o de algún altercado republicano, porque los carteristas hicieron su agosto. Las comisarías no dieron abasto para atender las denuncias por sustracción de móviles y carteras.

Los más experimentados en este tipo de festejos sabían donde colocarse para no perderse ningún detalle. Agustín, por ejemplo, fue el primero en llegar a la plaza de Oriente, poco después de las seis de la mañana. A su lado otro joven confesaba a una televisión que ya había estado en la abdicación de Alberto II de Bélgica. Unos auténticos profesionales de las coronaciones de toda Europa. Sabían lo que había que hacer. La primera fila de la plaza de Oriente pudo disfrutar durante más de cinco minutos de los saludos, los gestos y las sonrisas de los nuevos y los viejos reyes.

Porque el paso de Felipe VI en su Rolls Royce descapotable fue tan fugaz, apenas unos segundos, que Esperanza, una niña de seis años montada en los hombros de su abuela, aún preguntaba unos minutos después "¿y el Rey cuando pasa?". Ante las risas de los más próximos confesó que a ella, puestos a ver reyes, le gustan mucho más los de la cabalgata navideña. "Es más divertido y además tiran chuches", se justificaba con una lógica irreprochable.

Esta información ha sido elaborada por Margarita Batallas, Iolanda Mármol y Rosa María Sánchez.