La cabra es un animal que arrasa por donde va, se lo come todo», dice José Antonio Recio, que tiene una explotación en Cadalso y será uno de los 11 pastores que participará este verano en la iniciativa piloto creada en el contexto del Proyecto Mosaico, para que las cabras y el pastoreo sean una herramienta de apoyo en la prevención de incendios: ayudarán a mantener limpios cortafuegos de Gata y Hurdes. Recio ya lo hace con las 125 cabras que integran su rebaño y que sostienen su explotación de leche ecológica.

Malagueño de ascendencia extremeña, hace una década que dejó su trabajo de informático y la ciudad para instalarse en el entorno de Gata (de donde procedía su madre) atraído por la vida en el mundo rural. «Y no es fácil», reconoce al teléfono, mientras pastorea con sus animales. Aunque se había preparado para abordar ese giro vital (hizo cursos de gestión de fincas y agricultura ecológica) cuando pisó el terreno se topó con una realidad distinta (y más dura) que sobrellevó en los primeros años gracias a trabajos esporádicos, en campañas como la de la aceituna, y a sus ahorros.

Con el nacimiento de su primer hijo, compró una cabra para usar su leche; después fueron dos cabras y más tarde un macho. Poco a poco se juntó con 30 ejemplares y en dos años tenía 150 cabras lecheras y una explotación en sus manos que se ha ido desarrollando bajo el paraguas del Proyecto Mosaico y con las nuevas tecnologías como aliado: «Tengo a mi rebaño permanentemente controlado por GPS», explica sobre el uso de esta herramienta, que le da cada día entre una u dos horas de respiro para acercarse a comer a casa con sus hijos. «Es de gran ayuda, si se maneja bien », matiza.

En su caso, hay dos cabras que llevan los dispositivos en unos collares. No están seleccionadas al azar. Las cabras son animales jerárquicos y siempre hay una que lidera al grupo, que va la primera. Esa es la que lleva uno de los collares. El otro es para otra que va habitualmente rezagada, porque es mayor, más tranquila o porque se cansa. De esa forma, Recio tiene acotado a todo el grupo sin necesidad de estar permanentemente con él, aunque no puede desprenderse del teléfono móvil, que le va indicando periódicamente la posición de los animales.

en cadalso/ Precisamente una de las zonas que transita este cabrero con su rebaño, a las afueras de Cadalso, linda con un tramo de unos tres kilómetros de un cortafuegos de la red principal, que tiene entre 50 y 100 metros de ancho. «Cuando me propusieron meter a las cabras en el cortafuegos me pareció buena idea. No sé lo que cuesta que limpien los bulldozer cada varios años, pero supongo que más de lo que recibirá un pastor», reivindica Recio, que conoce el proyecto andaluz que se quiere implantar en la región. «Beneficia a todos, a nosotros como ganaderos y también a los vecinos», valora.

«Está demostrado que los cortafuegos en los que está el ganado, o no hay que limpiarlos o el periodo entre cada limpieza se alarga. Pero sobre todo se reduce el riesgo de incendios porque el cabrero va a vigilar de forma gratuita esos terrenos y no va a permitir que se quemen. Son los principales interesados en que no ardan», explica Fernando Pulido, profesor e investigador de la Uex y coordinador técnico del Proyecto Mosaico. Uno de los ejes de la filosofía de esta iniciativa es, precisamente, recuperar actividades tradicionales en el monte para evitar que el abandono lo condene de nuevo ante un incendio.

La zona del proyecto Mosaico abarca unas 200.000 hectáreas en las que hay alrededor de 1.200 de cortafuegos. El proyecto piloto prevé abarcar una cuarta parte durante la próxima época de peligro alto de incendios (suele activarse el 1 de junio hasta mediados de octubre) a razón de «unas cien hectáreas por cabrero», calcula Pulido. Son parte de los cabreros con los que han estado trabajando desde que se inició el Mosaico (hay una treintena de los que se han seleccionado ahora a 11 «que tienen cortafuegos próximos y la preparación adecuada») y la idea es que poco a poco se vayan sumando más y que también se comience a trabajar con ovejas.

El modelo que se intenta poner en marcha se basa en el que funciona desde hace 15 años en Andalucía, que cuenta con más de 200 ganaderos y ya se ha implantado también en Cataluña, Comunidad Valenciana o, más recientemente, Castilla-La Mancha. Como en esas regiones, en Extremadura, los once pastores designados se harán cargo de mantener libre de pasto las zonas que les indiquen, y una vez que termine el periodo de elevado riesgo de incendios (que es cuando el personal del Infoex deja de estar activo únicamente para la extinción de incendios y se trabaja en la prevención) se evaluará cómo ha funcionado el proyecto, cómo ha trabajado cada pastor. Con eso, se pagará una remuneración por su ayuda. Aún no se ha fijado la cantidad, pero en Andalucía, por ejemplo, oscila entre los 2.000 y los 10.000 euros anuales en función de la superficie asignada y cómo la trabajen. «No es una subvención, es un pago por el servicio que prestan limpiando el monte», acota Pulido.

CON OVEJAS

Aunque no estará en el proyecto piloto con los cortafuegos, Miguel Rivas también forma parte del Proyecto Mosaico y desde hace casi cuatro años emplea sus 500 ovejas en la gestión de fincas en el entorno de Gata. «Yo no hago la conservación del terreno por altruismo, sino por propio interés. Soy empresario ganadero y la gestión de estos terrenos se convierte en alimento para mis ovejas, pero sé que aporta un beneficio medioambiental y a la vez sirve para prevenir incendios», expone. Su filosofía encajó a la perfección en el Proyecto Mosaico y en los dos últimos años han ido de la mano. Hijo de ganadero y curtido en el campo, Rivas llevaba pocos meses al frente de su explotación cuando el incendio de 2015 arrasó la finca en la que iba a meter el ganado.

«Cuando llegaron los del Mosaico, vi que por fin alguien ponía en marcha lo que yo creía que había que hacer. Me consideraban un iluminado por plantear que con el ganado y la agricultura se podía hacer una gestión de los terrenos, mejorarlos y evitar además los incendios», recuerda.

Pero su trabajo en este tiempo ha demostrado que es posible. «No tengo tierras propias, así que empecé a alquilar las fincas que nadie quería y a trabajarlas, para convertirlas en fincas de pastoreo», dice. Estaban abandonadas y llenas de matorral, y con desbroces y ganado, las está convirtiendo en pastos y en monte adehesado.

«En la zona que hemos empezado a gestionar, hay más perdices y se ven conejos, que antes no había», apunta el ganadero, que ha empezado además a sembrar tremosilla, un tipo de leguminosa que mejora la calidad del suelo y que sirve de alimento a la caza menor. «Eran fincas improductivas y ahora son productivas. Eran terrenos abonados para que un incendio los arrasara y sin embargo, en cinco años, se ha multiplicado exponencialmente su valor medioambiental. Tierras yermas y árboles comidos por la zarza, ahora crecen en condiciones», reivindica Rivas.