Los cien años de Pepín Bello sobrevuelan, aunque pocos lo sepan, la concatedral de Santa María de Cáceres. Su memoria puede saltar de las conversaciones con Federico García Lorca en los años 20 hasta los últimos homenajes que ha recibido este año con motivo de su centenario. Es un hombre que sonríe. Alguien que sin hacer nada especial fue una especie de unificador de una generación (la del 27) decisiva en la cultura española, y ahora, con su edad, ampara al resto de premiados con la Medalla de Bellas Artes que ayer se entregaron en la ciudad extremeña.

El pintor Antoni Pixot, al leer en nombre de los galardonados el discurso de agradecimiento, invocó a otro centenario, pero ya muerto, Salvador Dalí. Y en ese momento unió a Bello con el pintor, el surrealismo y la cultura: toreros, modistos, dibujantes, guionistas, actores, cantantes, artistas, una España cultural en pequeño, sin distinciones ni clases, que se reconocía en estas recompensas a unas vidas dedicadas a la creación, al trabajo.

De Victorio y Luchino, emblemas de una cierta idea de vanguardia en la moda, al actor Conrado San Martín, octogenario, de longeva carrera desde que un cazatalentos lo descubrió en un gimnasio, los 21 galardonados más dos instituciones, flotaban de alegría.

Algunos, como Carmen Sevilla, lloraron ante "el orgullo increíble" que representaba la medalla. Paco Cepero, el guitarrista de flamenco, con 50 años de carrera, recordó sus principios difíciles, llenos de incertidumbre. La actriz Geraldine Chaplin, hija de Charles Chaplin, se movía entre la emoción y la sorpresa, y Fernando Argenta, el director del programa de radio Clásicos populares , se reclamaba también como creador en su tarea. Otros, algo lejanos de la fama de los medios, pero bajo el amparo de Pepín Bello, anduvieron con su discreta emoción y la misma sonrisa que el resto. Con la misma recompensa (medalla, diploma) en las manos.