Son numerosos frentes abiertos en un sector que inevitablemente vive pendiente del cielo y con temor a la sequía. Cualquier contratiempo puede echar a perder el trabajo de meses. Pero ahora el foco está en la fruta: tanto en la recogida por parte de los temporeros como en el beneficio (a veces ni siquiera se le puede llamar así) para los agricultores.

Los jornales no compensan y hay que buscar cuadrillas de extranjeros para que el fruto no se estropee en el árbol sin que nadie lo recoja. Pero es que además el dinero que se paga al agricultor por la cosecha es irrisorio, más aún si se compara con el coste con el que llega a los supermercados.

Por eso una de las reivindicaciones es una ley de precios justos que evite ese desfase.

Las consecuencias es que se empiezan a sustituir frutales por otros cultivos como el olivar y el almendro, que resultan más rentables. Cada vez es más caro producir la fruta.