Todas las epidemias tienen dos caras. La científica, que depende de cómo es el microorganismo que la origina. Y la social, que varía en función del comportamiento de la gente. La actual epidemia de coronavirus no es una excepción. Su evolución no solo depende de la virulencia del SARS-CoV-2, sino también de las actuaciones en materia de salud pública que se apliquen en las zonas afectadas. «Las medidas de prevención son para frenar la velocidad de transmisión del coronavirus, pero también para evitar el colapso del sistema sanitario», explica Antoni Plasència, epidemiólogo y director general de ISGlobal, centro impulsado por La Caixa. Los modelos matemáticos explican por qué la solución de esta epidemia depende de todos.

Ante la irrupción de una epidemia, hay dos escenarios posibles. El primero (representado en el gráfico en color rojo), si se deja que el virus evolucione de manera natural. En este caso, se pueden producir un gran número de contagios en un lapso de tiempo relativamente corto. El segundo (en color azul), si se toman medidas para interferir en la velocidad de expansión del virus. En esta situación, los contagios no desaparecen del todo, sino que se distribuyen en un periodo de tiempo más largo. En ambos casos, la capacidad de infección es la misma. Lo que cambia es el número de pacientes afectados en el tiempo y, por lo tanto, la capacidad del sistema sanitario de atenderlos a todos adecuadamente.

Un paciente que contrae coronavirus tiene más probabilidades de ser bien atendido (y, por lo tanto, de recuperarse sin mayores complicaciones) en un escenario sin sobrecarga en el sistema sanitario. Es decir, si hay suficiente personal médico para atenderlo y si, además, las instalaciones sanitarias son idóneas para tratar estos casos. «No podemos ponerle barreras infranqueables a los microbios, pero sí ganar tiempo para que el sistema sanitario pueda atender a los afectados de manera correcta. Sobre todo en el caso de los colectivos más vulnerables», comenta Plasència. Es el caso, por ejemplo, de personas mayores, pacientes con enfermedades respiratorias, inmunodeficiencias o problemas de coagulación. Pero también de pacientes que, de por sí, necesitan acudir al sistema sanitario, ya sea por enfermedades crónicas o por una urgencia. De ahí que las medidas de contención de la epidemia persigan evitar este escenario. «Es una cuestión de responsabilidad individual para el bien común», argumenta.

La evolución de las epidemias es difícil de predecir. «El comportamiento y la gravedad depende de la gente», subraya Javier del Águila Mejía, investigador del grupo de Modelos Dinámicos en Salud Pública (Escuela Nacional de Sanidad-UNED). El futuro del covid-19 está en función de muchos factores. Algunos, como la capacidad de infección, ya vienen condicionados por el propio patógeno. Y otros dependerán de la reacción social frente a este.