«A la suerte hay que acompañarla con la mascarilla», dice. «La suerte no viene sola». Quien se expresa es Fernando León Cuesta, 67 años, emigrante en Madrid que cuando se jubiló regresó al pueblo. Siendo adolescente cogió la maleta y se fue a buscar la vida. Trabajaba en la metalurgia. «Aquí tenemos tierra, aire, pureza... tenemos oro», asegura mientras va camino del corral a darle de comer a las gallinas. Lleva un cubo debajo del brazo lleno de cáscaras de sandía. «Los vecinos respetan mucho las medidas, hay que tomárselo en serio porque si no...».

Fernando nació en Jaraicejo pero ahora es uno de los apenas 140 habitantes de Casas de Miravete, un municipio de la comarca de Campo Arañuelo que sigue libre del virus. No ha registrado ningún caso de covid-19 desde el inicio de la pandemia; se ha convertido casi en una excepción.

Fernando León Cuesta, 67 años, nació en Jaraicejo, emigró a Madrid. / SILVIA SF

Según los datos aportados por la Consejería de Sanidad y Servicios Sociales y por los propios ayuntamientos quedan 30 localidades en Extremadura (de las 388 que existen) en las que no ha habido notificación alguna de contagio de coronavirus. La lista se ha ido reduciendo en esta segunda ola. Los pueblos libres de covid en la región ya representan solo el 7,7%.

De esos 30, cinco pertenecen a la provincia de Badajoz y 25 a la de Cáceres. Los muncipios pacenses son: Alconera, El Carrascalejo, Garlitos, Risco y Táliga. Los cacereños: Benquerencia, Campillo de Deleitosa, Casares de las Hurdes, Casas de Miravete, Collado, Descargamaría, Guijo de Santa Bárbara, Herrera de Alcántara, Jarilla, Ladrillar, Millanes, Pedroso de Acim, La Pesga, Rebollar, Robledollano, Ruanes, Santa Cruz de Paniagua, Toril, Valdastillas, Valdecañas de Tajo, Valdehúncar, Valdemorales, Villa del Rey, Villar de Plasencia y Villasbuenas de Gata.

¿Qué tienen en común? Muy pocos habitantes y gran extensión del término municipal. Pero al igual que el resto de pueblos extremeños, también han recibido visitantes de fuera este verano y cada fin de semana.

Una segunda residencia

«Es el aire de la sierra», bromea el alcalde de Casas de Miravete, Juan Luis Curiel Alvarado (PSOE). Aunque al segundo reconoce que la suerte supone un factor importante. «En cuanto caiga uno tenemos que cerrar el pueblo. Somos muy pocos y vamos todos a comprar el pan al mismo sitio, todos al mismo bar...».

No obstante dice que han hecho bien los deberes: «Hemos fumigado varias veces, se han repartido mascarillas y geles y los vecinos se lo han tomado en serio».

Casas de Miravete, entre Trujillo y Navalmoral de la Mata, tiene unas 300 viviendas y solo 100 de ellas están ocupadas de lunes a viernes. El resto son de familias que viven en Madrid y tienen en el pueblo su segunda residencia, la cual han terminado convirtiendo casi en la primera por la pandemia.

Es el caso de José Quesada Albín. Lleva varios meses seguidos sin moverse de allí. «Yo trabajaba en las telas asfálticas, pero ya me jubilé». Nació en Jaén (no ha perdido el acento), emigró a la capital madrileña y allí conoció a su mujer, natural de Casas de Miravete. «Aquí estamos tranquilos», afirma. Aunque se queja -medio en broma, medio en serio- de que el ayuntamiento les ha quitado las fiestas de agosto.

José Quesada Albín, nació en Jaén y vive en Casas de Miravete. / SILVIA SF

El verano ha sido más flojo, aún así la única casa rural del municipio también ha estado habitada.

El tránsito de personas con Madrid es lo más habitual. Hay conexión directa por autovía y apenas se tardan dos horas. El alcalde pone de ejemplo a su cuñado: «Vive allí pero lleva un mes teletrabajando en el pueblo».

Respeto a las medidas

Cuando el sol empieza a caer varios vecinos vienen de vuelta del paseo por el campo. Todos llevan mascarilla. Pasan por delante del conocido restaurante del pueblo, La cocina de Felipa, que se sigue llenando los fines de semana con gente de fuera: «Pero aquí se respetan las distancias de seguridad, todo se hace con reservas», subraya la dueña, Felipa Morato Barambones, de 59 años.

Ella nació en Deleitosa, también fue emigrante en Madrid. «Mi marido trabajaba en IBM, era jefe, pero lo despidieron. Yo estaba en Panrico pero cerró la empresa. Aquí teníamos una segunda residencia y nos vinimos. Este sitio era antes un centro de día, salió a subasta y lo cogimos. Llevamos siete años y nos ha ido fenomenal», cuenta. Dice que La cocina de Felipa tiene muchas reseñas en Internet y que su restaurante «se ha hecho viral».

Durante el confinamiento estuvo dando comidas a domicilio. «Yo les dejaba los platos en la puerta, hay que gente mayor que no podía salir a comprar».

Felipa expresa que en el pueblo «la gente no vive con miedo pero sí con respeto».

Felipa Morato, de 'La cocina de Felipa'. / SILVIA SF

En la entrada principal al municipio, donde se lee en grande el nombre de Casas de Miravete, dos vecinas comparten banco con la distancia pertinente, cada una sentada en una punta._«¿No nos ves? Aquí vamos todos con mascarilla», dice una de ellas, que resalta que es de Madroñera: «Un pueblo grande». Quien habla se llama María Barrado Costa, tiene 84 años (una edad que no aparenta) y fue maestra en el pueblo cuando todavía había escuela y alumnos.

Ahora entre niños y adolescentes apenas suman unos 14. Van a clase a Navalmoral, Deleitosa o Almaraz. «El virus también puede venir por ahí, porque se mezclan», apunta el alcalde.

María se lamenta de que no haya críos correteando por la calle y de que su colegio, donde se jubiló, esté cerrado. Hace siete años que se celebró el último bautizo.

María Barrado, 84 años, fue maestra en el pueblo. / SILVIA SF

Despoblación, empleo...

Como le ocurrió a la mayoría de los pueblos extremeños, la emigración de los años 60 y 70 provocó la pérdida de un gran porcentaje de vecinos. En los 50 el pueblo superaba los 900 habitantes. Ahora son 140, aunque los fines de semana se duplican; a veces se triplican.

La falta de oportunidades laborales preocupa en el municipio. En la puerta del ayuntamiento cuelga una pancarta que pide la continuidad de la Central Nuclear de Almaraz. «Yo trabajo ahí, cuando la cierren ya me jubilo, pero va a ser un golpe fuerte para la zona. Imagínate un pueblo tan pequeño como este lo que recauda en impuestos... nada. La central nos da dinero por cercanía (por el riesgo que implica), estamos a 14 kilómetros, por 200 metros no lindamos con ella, lo que significaría que nos pagarían más, como le pasa a Romangordo. Con ese dinero se pueden arreglar las calles, mantener al personal del ayuntamiento...», manifiesta Curiel.

Pero ahora toca afrontar la crisis sanitaria. En uno de los bares del pueblo (hay tres; cuatro en verano, con el de la piscina) se ultiman los detalles de la montería del fin de semana. El alcalde defiende que se respetan todas las medidas de seguridad, que se ha suspendido la comida, pero sabe que vienen algunos cazadores de Madrid y que supone un riesgo. No puede evitar cierta inquietud. Su pueblo es un oasis en mitad de la pandemia.