Llegó el comunicado de ETA y su contenido alcanza hasta el umbral de esa puerta que no acaba de cruzar y que debe llevar a su final. En este sentido, las valoraciones que destacan la insuficiencia de su contenido tienen razón, aunque la realidad es que las mismas voces que insisten en que solo queremos saber de ETA el anuncio de su final deberían saber, y sin duda saben, que este paso adelante no iba a llegar hasta ahí. Por ello, es lógico que se siga a la espera de que el guiso cueza hasta el punto de ingestión, pero la lógica prevención no debería alimentar un panorama de expectativas frustradas, porque no es cierto.

Nadie esperaba el adiós de ETA con fecha de enero del 2011, por más que lo deseáramos todos. Todo lo más, empezar a abrir esa puerta hasta los extremos que ya han venido diseñados en las declaraciones de Bruselas --protagonizada por las personalidades internacionales que encabeza el surafricano Brian Currin-- y de Gernika, que compartieron sindicatos y partidos nacionalistas, incluyendo a Aralar, Eusko Alkartasuna y la izquierda aberzale ilegalizada. En ellas vinieron acuñados ya los términos de este comunicado y a recoger esos términos se ha limitado la organización al definir su alto el fuego: permanente y verificable. Esas dos referencias estaban en la agenda de todos los observadores de la realidad política, y su ausencia hubiera roto definitivamente el castillo de cristal que se viene transitando en torno al fin de la violencia en Euskadi. Pero nadie, empezando por el propio Gobierno español, contaba con que ETA fuese a ir más allá. En consecuencia, no lo ha hecho.

Sí ha llegado un paso más adelante que en la formulación inicial de todos sus intentos anteriores de diálogo al aceptar la verificación internacional de su cese general de acciones. Pero no ha llegado a ninguna estación término. El paso siguiente debe ser definir los procedimientos de verificación internacional para que esta sea fiable; constituir la comisión de control y obtener a través de ella la ratificación de lo que hoy entra dentro de una estrategia que la propia izquierda radical valoró como más positiva en tanto que unilateral. Esa unilateralidad debe seguir construyendo un compromiso mucho más sólido y creíble porque, por sí solo, el comunicado de ETA no da pie a un acto de fe: ninguna mano va a asumir el riesgo de posarse sobre ese fuego. Lo que sí sería comprensible es poner un termómetro en las inmediaciones de ese caldero.

Los compromisos anunciados por ETA abren un poco más la puerta entornada por la que quiere volver Batasuna a la actividad política legal, pero, por más que bracee en el quicio de esa entrada, a la nueva formación que está a punto de presentarse no le pasa la cabeza por el hueco. El Gobierno ya ha decidido que no habrá partido legal de la izquierda radical en las próximas elecciones municipales y lo tendrán que digerir quienes más convicción están mostrando en pasar la página de la violencia. Desde luego, no se puede decir que ETA les esté aupando. Su comunicado de ayer no alude a su propio entorno sociopolítico ni una sola vez. Si, como parece ser, todo este proceso nace de una iniciativa del ámbito político y de sus bases sociales, ETA no parece asumir un papel subsidiario de los mismos sino todo lo contrario. Su anuncio no disipa la sombra de una tentación que debería despejarse cuanto antes: la de interpretarse a sí misma como el agente político de un eventual proceso de negociación. Fue la pretensión que frustró todos los procesos precedentes y la que proyecta sobre este más dudas. Parece costarle entender que su único horizonte es echar el cierre, no pintar la persiana y cambiarle el nombre al negocio.