"Mamá, llévame al médico; quiero que me cambie el cerebro y me ponga el de una persona normal...". El autor de esta frase se llama David y tiene 13 años. Sabe resolver al instante ejercicios que marearían a un universitario, pero hubo un problema que le martirizó durante meses y que le hizo odiar su inteligencia: "Le costaba relacionarse con los compañeros, las clases le aburrían y los profesores no hacían nada por echarle una mano".

Estos tres obstáculos enunciados por los padres de David son los que entorpecen el desarrollo de muchos chavales con una alta capacidad intelectual. Concretamente, entre el 25% y el 30% de estos niños tienen dificultades académicas y/o emocionales, según la mayoría de los expertos. Se trata de una cantidad significativa, aunque muchos profesores consultados por este diario sostienen que este porcentaje es similar en el global de la población escolar.

Elena Muñoz, presidenta de la Asociación de Familias de Niños Superdotados, señala que siete de cada diez de estos alumnos no tienen programas especiales porque logran adaptarse al entorno. Sin embargo, critica "la falta de atención" hacia este colectivo: "Mucha gente piensa que estos chicos van sobrados y no necesitan ayuda, cuando son personas a las que se les deberían reconocer las necesidades educativas especiales que establece la ley, un apoyo que se da en contadas ocasiones".

La respuesta

Desde la Consejería de Educación apuntan que sí reciben la atención especial que precisan y que marca la ley. Rosario Palomo, jefa del Servicio de Programas Educativos y Atención a la Diversidad, insiste en que tras detectar a estos alumnos y realizar los pertinentes estudios, se ponen en marcha medidas ajustadas a las necesidades del niño y encaminadas "entre otras cosas, a buscar su normalización y proporcionarle un equilibrio en todos los aspectos".

En lo que sí coinciden todos es en destacar la importancia de que la comunidad educativa se implique. La experta en Psicología Social Mercedes Martínez apunta la necesidad de que los centros educativos y las familias aporten los mecanismos necesarios para "aprovechar las posibilidades intelectuales del niño", lo que hace que se sientan "igual o más felices" que los demás.

Pero existe un problema, según los psicólogos, y es que "en las facultades de Magisterio, Pedagogía y Psicología no se tratan las altas capacidades intelectuales". Es decir, los maestros no saben cómo actuar ante un supuesto caso de superdotación porque no han recibido ninguna formación.

"Al fin y al cabo, somos tan iguales y tan diferentes como cualquiera. Sólo necesitamos que nos acepten y que nos dejen ir a nuestro ritmo. Así podremos estar a gusto con nosotros mismos"..., apunta David, que gracias a una adaptación curricular ha recuperado las ganas de estudiar y ya no odia su inteligencia.