El generalato de la Iglesia católica, integrado por 115 cardenales, decidió ayer por la tarde confiar el liderazgo de la institución al brazo derecho de Juan Pablo II, el purpurado alemán Joseph Ratzinger, de 78 años, en uno de los cónclaves más cortos del último siglo: cuatro votaciones en apenas 24 horas. El sucesor de Karol Wojtyla se decantó por el nombre de Benedicto XVI para ejercer como 265º pontífice de la historia.

El teólogo al que el ya fallecido papa Wojtyla encomendó, en 1981, la tarea de perseguir cualquier desviación de la doctrina oficial en el seno de la Iglesia partía con ventaja en la carrera hacia el trono de San Pedro, pero nadie esperaba que invirtiera tan poco tiempo en alcanzarlo.

UNA FIGURA FAMILIAR Los electores han apostado por mantener intactas las paredes maestras del edificio que construyó a lo largo de casi 27 años el primer papa eslavo de la historia. Se han inclinado por un papado corto, de transición, como era de esperar que sucediera tras la conclusión del segundo pontificado más largo del que queda constancia en el catolicismo. Se han fijado en alguien con autoridad en la institución, en una figura familiar, para evitar que salga muy desfavorecido de las comparaciones con Juan Pablo II.

Benedicto XVI accede a su ministerio a una edad más avanzada de la que tenía en 1958 Angelo Roncalli cuando fue investido como Juan XXIII. Este fue el papa al que se le confió el cargo con una edad más avanzada, a los 77 años, durante el siglo XX.

Y, finalmente, los príncipes de la Iglesia han acabado designando a un cardenal no italiano, algo que esta vez carece de relevancia, puesto que Ratzinger lleva tantos años en la curia que ya se ha hecho acreedor de una doble nacionalidad.

La revelación se desató a media tarde. La fumata blanca comenzó a remontar el tejado de la Capilla Sixtina a las 17.50, aunque las diferentes tonalidades que adoptó inicialmente hicieron desconfiar a las miles de personas congregadas en la plaza de San Pedro de que la elección se hubiera llevado a cabo. La persistencia de la tonalidad clara fue disipando las dudas, aunque éstas no desaparecieron por completo hasta que a las 18.05 las seis campanas de la basílica comenzaron a redoblar con ahínco.

ENVIAR UN MENSAJE DE UNIDAD El humo llegó de improviso, pues las expectativas de una posible elección se habían depositado en la segunda votación de la tarde, la quinta desde que los cardenales se encerraron el lunes en la Capilla Sixtina, que no debía finalizar hasta más alla de las siete de la tarde y que nunca llegó a realizarse.

El portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro Valls, destacaría más tarde "lo significativo" de la rápida decisión: los cardenales electores enviaban un mensaje de unidad al mundo.

A las 18.40, se abrió el balcón central de la basílica de San Pedro y apareció en él el cardenal chileno Jorge Arturo Medina Estévez, que desveló la identidad del escogido después de pronunciar la fórmula latina de rigor: "Annuntio vobis gaudium magnum: ¡Habemus papam!" En la plaza y en la Via della Concilliazione, que para entonces ya se habían llenado de fieles y curiosos, hubo un estallido de aplausos. Los observadores subrayaban que el cónclave había optado por la continuidad.

El nuevo papa no tardó en aparecer en el balcón central de la basílica, sonriente, cruzando las manos y levantándolas por delante del cuerpo. Eran las 18.50 horas. Se le veía contento. Emocionado. Ratzinger, pelo blanco, ojos tímidos, no tiene la misma locuacidad del que durante dos décadas y media fuera su jefe. Sus primeras palabras como Benedicto XVI nada tuvieron que ver con las frases audaces que el fallecido Juan Pablo II pronunció cuando se presentó por primera vez ante el público congregado en la plaza en 1978.

"Queridos hermanos y hermanas, después del gran papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor", dijo el nuevo pontífice. Y añadió: "Me consuela que el Señor sepa trabajar con instrumentos insuficientes y me entrego a vuestras oraciones.

En la alegría del Señor y con su ayuda permanente trabajaremos y con María, su madre, que está de nuestra parte". Después impartió la bendición urbi et orbe .

CENA CON LOS ELECTORES Terminada la presentación, el Papa regresó al cónclave para cenar con sus electores, una costumbre que inauguró Pablo VI, mientras el portavoz Navarro Valls anunciaba la misa solemne de coronación para el próximo domingo. Teóricamente, en esa misa Benedicto XVI debería desvelar su programa. Pero el cardenal que se aplicó en desmantelar la Teología de la Liberación, el azote de su compañero teólogo Hans Küng, el contrapunto al progresismo encarnado por Carlo Maria Martini, hace ya tiempo que lo presentó.