La catástrofe me sorprendió en Sevilla en la mañana del 6 de noviembre de 1997, cuando me disponía a tomar el Ave de Madrid y desde allí, el avión de Roma, para efectuar la visita al Papa, preceptiva quinquenalmente para todos los obispos. Había salido yo de Badajoz, en coche con mi vicario Francisco Maya , la noche anterior, dos horas antes de la tromba de agua, y, ante la nueva situación, decidí anular el billete para volver de inmediato sobre nuestros pasos. Cuando llegamos, a las diez de la mañana, nos fue imposible acercarnos hasta el puente del Rivilla por el barro y los escombros, hasta el punto de que dos agentes del Cuerpo de policía se ofrecieron a llevarnos en un furgón todoterreno hasta la Delegación del Gobierno.

Pude allí encontrarme con un Gabinete de crisis encabezado por el presidente Rodríguez Ibarra , el alcalde Miguel Celdrán y el delegado del Gobierno Oscar Baselda , con un nutrido grupo coordinador de todas las acciones de emergencia. A ellos me sumé de inmediato, aceptando el furgón todoterreno para moverme por la barriada intransitable. Fueron tres días intensísimos e inolvidables, antes de reintegrarme a Roma, donde pude llegar por los pelos, a la Audiencia con el Santo Padre.

Comprobé entonces con satisfacción que, desde el primer momento, acudieron presurosos en ayuda de los damnificados tanto los servicios públicos como una riada (ésta ya benéfica) de voluntarios: vecinos, feligreses, y procedentes de otros barrios. Concertaron bien sus actuaciones Protección Civil, Cruz Roja, Cáritas y otras instituciones solidarias. El hecho fue que en ese día 6 pudieron obtener comida en puestos improvisados personas y familias de todas las casas inundadas y que también en esa noche obtuvieron cobijo cuantos necesitaron de él. Y, en suma, recuerdo que en una semana se habilitaron domicilios para quienes los habían perdido y les buscaron vivienda estable por unos meses hasta la obtención de la definitiva.

El ayuntamiento recibió durante meses y por cientos de millones de pesetas donativos de personas e instituciones de toda España, mientras que el Obispado de Badajoz llegó a recibir de otras diócesis españolas ayudas similares hasta rondar los cien millones. Ambos acordamos un sistema de distribución, por ambas partes, en subsidios a corto y medio plazo, individuales o grupales.

Personalmente busqué, como lo más inmediato y preferente, el contacto directo con las familias de los fallecidos y pasé buena parte del primer día en una sala habilitada por el ayuntamiento donde estuvieron depositados y cubiertos todos los cadáveres. Y quedé profundamente conmovido por la dignidad y el dolor controlado de aquellas humildes familias, sosteniéndose todos a todos, a los que procuré ayudar con palabras de consuelo y de fe.

Es lo que intenté también llevar al corazón de los diez mil asistentes al funeral del día siguiente en el polideportivo municipal, donde estuvieron presentes el príncipe Felipe y el presidente Aznar , a los que dije entre otras cosas: "Cuando sucede, hermanos, una tragedia como esta, todos experimentamos una fuerte sacudida en nuestros pensamientos y sentimientos- Ninguno de los presentes tenemos por qué sentirnos culpables del pasado, pero todos sí que somos responsables del presente y del porvenir- Badajoz como tantas otras poblaciones extremeñas y españolas tiene en su periferia una corona de espinas, ese cuarto mundo, que denuncia proféticamente Juan Pablo II en sus Encíclicas sociales. No es demagogia el decir que estas catástrofes se ceban con especial furia en las barriadas más pobres e irredentas. Que nadie escurra el bulto, ni en la sociedad ni en la Iglesia, a la erradicación de aquellas situaciones que puedan ser, por cualquier motivo, presa fácil para las desgracias y las catástrofes."

Debo decir que la actuación bien concertada del Ministerio de Fomento, la Junta de Extremadura y el Ayuntamiento de Badajoz, superando diferencias y fricciones, logró levantar un nuevo barrio en la altiplanicie del Cerro de Reyes y corregir el cauce de los ríos Calamón y Rivilla haciendo imposible para siempre una inundación semejante.