Visto lo visto, solo cabe una solución cabal. Es tan necesario como urgente convocar elecciones generales. Lo demás es marear la perdiz. Pero también es inexcusable, a continuación, modificar la Constitución para someter a la decisión de todos los españoles la posibilidad de que tal o cual territorio voten su secesión de España. Sin más. Y luego, limpiamente, que decidan lo que tengan por conveniente. Los catalanes, y los que vengan detrás. Palabras, las que acabo de escribir, que me sangran. Pero no hay otra. Porque hoy, al despertar, hemos visto el odio en los ojos de quien duerme a nuestro lado.

No es la hora de buscar culpables, que los hay. Desde 1975 hasta hoy, los hay y muchos. Principiando por aquellos padres de la patria, que sembraron el cáncer al enfrentar en un mismo texto legal los conceptos de nación y nacionalidad; terminando en el gobierno presente, que prometió lo que no ha sido capaz de cumplir. Rajoy escogió el cómo; pudo terminar bien, terminó mal. Descartó detener a los sediciosos, se hizo popó, y ahora ya es tarde. El gobierno, que ni siquiera supo dónde los facinerosos escondían las urnas, está fuera de combate. Culpables todos de cuarenta años en que el separatismo catalán ha pasado de ser una opción marginal a tomar las calles de manera incontestable, para pasmo del mundo y burla de la ley.

Esta es la hora de los valientes, de coger el toro por los cuernos. No cabe sino votar. No hay alternativas razonables. La alternativa que llaman del diálogo, y que deberían llamar del volver a ceder, una vez más, ante el chantaje tribal, dividiendo a los españoles en ciudadanos de primera, de segunda y hasta de tercera, es indigna. Repito, indigna. La otra, la del enroque, la de recurrir a la fuerza para hacer cumplir la ley “manu militari”, no es hoy posible. Porque es tarde, porque son muchos y porque no estamos unidos. Vaya esto último en desdoro de un partido socialista al que se le está quedando cara de lelo de tanto mirar y no ver y por una extrema izquierda a la que lo único que parece importarle es propagar la subversión; al fin y al cabo, ambos populismos, el separatista y el podemita, son excrecencias de la misma crisis. Esta es la incontestable realidad. Es hora de darle un tajo al nudo.

Votemos para reformar la constitución. El texto del 78 despide, tiempo ha, hedor a cadaverina. De paso aprovechemos para deshacernos de la monarquía, que ha permanecido callada y cobarde ante el desgarro separatista; y para, también de paso, liquidar la lacra de las autonomías que tanto daño ha hecho a la convivencia entre españoles durante estos últimos cuarenta años. Y luego que voten ellos. Con un poco de suerte votan y deciden quedarse. Los catalanes y los vascos. Vasco soy, y nada me dolería tanto como tener que renunciar a serlo. Pero no hay otra. Así vamos sabiendo quiénes somos y a dónde vamos; para volver a empezar, iguales en derechos y obligaciones. Y los que quedemos a este lado, ¡a remar por una España grande y libre!

Con una sola bandera y un solo himno,… con una sola letra, para que pueda cantarse en las escuelas. Y quizá algún día, España (que no por todo esto dejará de ser Españ) vuelva a tener un anhelo común y quizá, llegado ese día, los que hoy se van, quieran volver. Yo no lo veré, pero los españoles que hoy nacen quizá sí. No hay otra solución. Es cuestión de sentido común, pero también de honor. Tengamos el valor de enfrentarnos a la enfermedad que nos pudre las carnes.

De niño no entendía las palabras del marinero al Conde Arnaldos: «Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va». Ahora medio lo entiendo. Yo también quiero tener patria y cantarle mi canción solo a quien conmigo va.H