Los dramas son aún más dramas cuando recorren el camino paralelo del coronavirus. Los refugiados lo están viviendo en primera persona. Hablamos de seres humanos que han sido presionados violentamente para abandonar su país y que recalan en Extremadura en busca de una pequeña luz. Hace poco llegó a Cáceres uno de ellos. Asesinaron a su hermano porque lo confundieron con él, al día siguiente tuvo que huir porque sabía que la próxima bala se clavaría directamente en su cuerpo.

Entonces alguien les habla de nuestra región. Alquilar un piso es caro, deben hacerlo por habitaciones, pero lo tendrán complicado si son irregulares y no tienen papeles. Antes de la pandemia bastantes trabajaban cuidando de personas mayores. Los sacaban a pasear, les hacían la compra, los llevaban al médico... Así se ganaban la vida para pagar la vivienda y para tener algo de comida, aunque ya no realizan esas labores y tampoco van a poder acudir a los servicios sociales porque son irregulares.

Ángel Martín Chapinal es un cura que desde la capital cacereña realiza una labor de ayuda encomiable. Habla con serenidad para este diario y desde aquí hace un llamamiento a todas las Cáritas y parroquias de la región «para que los traten como se merecen, como personas. Ellos tienen poco que ofrecer, aunque nosotros podemos darles mucho».

De momento, en Cáceres hay dos pisos que la diócesis ha puesto a disposición de migrantes y refugiados. Uno de ellos es de la parroquia del Buen Pastor, el otro, de unas religiosas. Viven una familia entera de Colombia y cinco chicos de África. «Llevan ya un tiempo con nosotros, los conocemos, están intentando buscar su vida», explica el sacerdote.

En Extremadura ha crecido la presencia de venezolanos y hondureños por las circunstancias que viven en esos países. También de Colombia, «que ya no sale en el telediario, pero que es preocupante ante el rebrote de las guerrillas», destaca. Hasta nuestra comunidad autónoma vienen personas igualmente de Marruecos, Rumanía y China.

«A mí los que más me preocupan son los que difícilmente van a encontrar una salida porque no tienen papeles, sin embargo, lo que intentamos es ayudarles en todo lo que podemos», cuenta el párroco.

En casa

Una de esas viviendas está en el barrio cacereño de Aldea Moret. Donde residen los jóvenes africanos, que nos abren las puertas con hospitalidad y siempre con una sonrisa en un rostro dibujado por el dolor que han pasado en esa dura travesía que los ha traído hasta aquí.

Samuel Boumso es camerunés, tiene 38 años y hace cuatro que decidió venirse a España. En 2016 salió de su país, pasó por Argelia, Túnez y Libia, donde estuvo tres semanas en la cárcel hasta que llegó a Italia; después de tres días siguió camino de Francia y finalmente entró en España por el País Vasco. En Bilbao pidió un asilo y el Gobierno lo envió a Cáceres.

Samuel leyendo un libro

«Desde pequeño he querido un montón a España porque veía películas del país y me sentía atraído por esta tierra. En Camerún había problemas y me marché». Aquí llegó solo. «Mi madre vive en Camerún, mi hermano en Francia, mi hermana en Argelia. Hablamos por teléfono», señala Boumso.

Estando en Libia, Samuel perdió a su hijo debido a una infección pulmonar. No puede ocultar su tristeza. El año pasado falleció primero su hermana y seis meses después su padre, aunque no pudo desplazarse para los funerales ante las dificultades burocráticas.

No oculta su sueño de volver a su país, pero constantemente tiene palabras de agradecimiento a Cáceres. «Fui a hablar con el padre Ángel y él me ayudó a tener este techo», expone.

En la televisión ve las noticias que lanzan cifras estratosféricas del número de muertos por coronavirus en el mundo. Ante esta situación, buscar empleo no es fácil. El año pasado terminó un curso de limpieza, aun así es complicado encontrar un oficio.

Viajar con lo puesto

En el piso también convive Raymond Aubacaire Boum (Camerún, 1987). Viajó con lo puesto y tardó cinco años en llegar a España. Revela su caso y nos estremece: «Cuando te subes a una patera te dan un móvil. Aunque si el mar se cabrea no hay señal que te salve», explica este albañil que sigue buscando trabajo. En ese teléfono había grabados dos números, uno el de salvamento marítimo y otro de una periodista que se llama Elena y a la que no ha parado de agradecerle tanto apoyo y generosidad. Porque él por suerte llegó. «Llevo más de tres años en Cáceres».

Raymond lavando la loza.

El color de la piel les sigue marcando en pleno siglo XXI. «Hay gente que nos rechaza y se dan casos de racismo, sobre todo a la hora de buscar un domicilio en alquiler», asegura Raymond. «Hablas con una persona por el móvil y te dice que sí, pero cuando ven que eres extranjero, sobre todo africano, te dicen que está alquilado». Como su compañero, echa de menos el lugar donde vino al mundo.

A la casa acude a visitarles Stephen Ifeanyi Mbadugha, natural de Nigeria y de 35 años. Vive con su familia, pero quiere ofrecer su testimonio. Llegó a España en 2014. «Cuando vinimos, mi mujer estaba embarazada y nuestro bebé nació aquí». Sus padres y sus hermanos están en su tierra. Su objetivo es visitarlos a finales de año. «Extremadura es un buen sitio. La gente es amable y nos ayuda», asevera. «Y he jugado a rugby en Cáceres, este es mi equipo», comenta entre risas. Stephen estudió Ingeniería Mecánica en la universidad de su país. Actualmente busca empleo, si embargo, «la situación no es fácil porque no tenemos oportunidades».

Stephen ve la televisión.

Llega la hora de la despedida. Hoy les toca ensayo con La Resistence Teatro en la obra ‘Yo a Ibiza y tú a Lampedusa’ que bajo la dirección de Marce Solís remueve conciencias y alerta de este drama de los refugiados que hoy se acentúa con el coronavirus.