Puede parecer que el comedor de un centro de acogida a personas sin hogar no es un sitio idóneo para pasar el día de Navidad, pero mejora en mucho las condiciones en las que hace un año vivía Miriam González. En un piso de alquiler sin agua ni luz, intentaba ahogar en alcohol la enorme pena de haber sido separada de su hija por los servicios sociales tras un fatal descuido y había perdido el contacto con su familia. Hoy está dejando atrás el alcoholismo en una comunidad terapéutica, trabajando duro por recuperar a su Marta, de 3 años, tras haber vuelto a contactar con sus padres y hermana.

Ella es una de las 26 personas que ayer compartió plato en el Centro San Cristóbal de Mérida. La comunidad cerraba y, de momento, solo debe pasar dos días como máximo con su familia, por lo que ha preferido esperar al año nuevo y pasar estos cuatro días en la capital emeritense. Son muy intensas las historias que, como la de Miriam, se entremezclan con la comida de domingo --paella y chuletas con patatas, aparte del postre y los indispensables turrones y dulces en estos días-- que ayer preparó Antonio Martín, antiguo usuario del centro y hoy su cocinero "excelente", según coinciden los comensales.

Excelente es también Mauro Valverde en el desempeño de sus funciones como encargado del comedor, como corrobora la perfecta disposición de platos y cubiertos antes del inicio de la comida. Son los propios usuarios los que se encargan del cuidado de las instalaciones bajo la supervisión de educadores como Nuria Valhondo, que admite que estos días son complicados para algunos internos.

No obstante, muchos intentan poner buena cara a las circunstancias adversas y saben cómo nadie valorar la suerte de estar ante un buen plato de comida el 25 de diciembre. Es el caso de Milagros Becerra, malagueña a la que la artrosis trajo de Barcelona, donde trabajaba, a Extremadura y que siente a algunos compañeros más cercanos que sus hermanastros, con los que no guarda contacto.

En cambio, otros, como Juan María Linde, sí tienen relación con su familia, así que se siente afortunado de tener dos, contando con los compañeros del centro. El está esperando para entrar en una comunidad terapéutica en la que pueda superar sus problemas con el alcohol y las drogas y ya tiene algunas ideas para cuando lo consiga: "me gustaría trabajar en los servicios sociales porque, después de todo lo que he vivido, quiero ayudar". Es precisamente a lo que se dedican centro como el que ahora acoge a Juan María y en los que ayer se vivió una comida navideña diferente, con mucho sabor social.

Es el que se degusta también en el comedor social que las Hijas de la Caridad mantienen abierto en Cáceres desde hace más de 20 años y que abre sus puertas a las 12.30 horas. Aunque la comida de Navidad ya se celebró el viernes pasado, las monjas de esta compañía volvieron a preparar ayer, como todos los días del año, alimentos para los más necesitados. Cocido, chuletas con patatas, ibéricos y postre formaron parte del menú que, en abundantes raciones, sirven también los voluntarios que colaboran con esta labor social.

"No les preguntamos de dónde vienen ni quiénes son", explica sor Ana Teresa, la superiora de la casa que, con 71 años, sabe bien qué es dar de comer a los que están pasando dificultades. "Nuestro trabajo son los pobres", afirma convencida mientras en la sala almuerzan una veintena de personas, casi todos hombres, la mitad que en un día laborable en el que la casa reparte hasta 40 menús. Hay familias, señala sor Ana Teresa, que vienen a por la comida porque tienen a los niños en casa. El único comedor social que funciona en Cáceres está sufragado con ayuda institucionalPasa a la página siguiente