Hace un año, un miembro de la casa real británica hizo arquear las cejas de incredulidad al Gobierno al preguntar si la reina podía acogerse a un plan de subvención de gas y electricidad. Decía el funcionario que el millón de libras anuales de factura energética (unos 1,2 millones de euros) al que hacía frente Buckingham Palace resultaba "insostenible".

Desde Downing Street le explicaron que ese fondo de ayuda, vigente desde el 2004, pretendía echar una mano a escuelas, asociaciones sociales, casas de acogida y, en definitiva, entidades con necesidades. La soberana, con su media docena de palacios y residencias, no reunía en principio los requisitos para ahorrarse la luz.

La petición al final no se formuló por temor a crispar los ánimos públicos. Habría hecho las delicias de los tabloides y la crispación habría sido más que justificada. Isabel II percibe unos 49 millones de euros para pagar a su personal y hacer frente a los gastos de sus palacios. Al margen, recibe unos 100 millones para su seguridad y la de sus familiares. Es una realeza que da juego, pero cara como ninguna otra en Europa.

Objetivamente, todas cuestan un pico. La holandesa exige al erario un esfuerzo de 38,8 millones de euros anuales, de los que la reina Beatriz se queda un sueldo de 828.000. La belga tiene un presupuesto de 13,6 millones y el rey Alberto II se guarda para sí alrededor de 1,8 millones. Suecia, con una población de apenas nueve millones de personas, se gasta en su realeza 11 millones de euros. Puede decirse que España, con el sueldo de 292.000 euros para Juan Carlos I, un presupuesto de 8,4 millones y un coste total para el erario de unos 13,4 millones, no sale airosa ni mal parada en la comparativa.

Gestos de renuncias

Sin entrar en la discusión ética sobre el derecho sanguíneo y la sincronía con los tiempos, ni en el valor de la autoridad moral, es pertinente preguntarse si las cuentas del Estado ahorrarían con un presidente de República. Podríamos salir perdiendo.

Miremos a los países vecinos. Italia podría bien convertirse en una fábrica en serie de monárquicos. Claro que Italia es Italia. Giorgio Napolitano, el presidente de la República, tiene un sueldo de 218.000 euros al año, pero resulta que el palacio presidencial, con 2.000 empleados, cuesta al erario 217 millones de eu- ros al año. Al menos Mario Monti, el sustituto de Silvio Berlusconi, ha renunciado a su salario. Un gesto, más que un alivio.

En Portugal, el presupuesto de la presidencia en el 2011 es de 17,2 millones de euros. Anibal Cavaco Silva renunció a su sueldo de 6.500 euros brutos, pero no fue por altruismo: prefirió quedarse con la pensión que tenía por ser funcionario del Banco de Portugal. La ley obliga a quien ocupa un cargo público a elegir entre el sueldo o la pensión, y su pensión supera los 10.000 euros al mes. Los aparatos representativos, como se ve, tampoco son una ganga.

Siempre podemos consolarnos con el ejemplo del rey de Suazilandia, Mswati III, que ha logrado amasar una fortuna de 100 millones de dólares (unos 77 millones de euros), según Forbes , en uno de los países más miserables de Africa. Tiene 13 mujeres y todos los lujos imaginables. Y encima hace unos años abolió todos los partidos políticos para mandar solito.

Quizá la opción más prag- mática desde el prisma crematístico se halle en EEUU. Un presidente y una ala oeste. Y punto. Y la luz, como en todas partes, a cuenta de todos.