Si hubiera empleo estable y digno los jóvenes se quedarían en Extremadura, los pueblos y ciudades ganarían habitantes, crecería la natalidad, los colegios en zonas rurales no se cerrarían y aparecerían nuevos servicios. Pero la mayoría de los contratos son precarios, no dan garantías y muchas veces la opción es el éxodo juvenil.

Si hubiera empleo estable aumentaría la población inmigrante y, en consecuencia, subirían los nacimientos, como ya ocurrió hace más de una década, cuando la curva demográfica ascendía en vez de bajar.

¿SOLIDEZ LABORAL? / Pero, ¿cómo se mejora el mercado para lograr esa solidez laboral? Con una red industrial que aporte puestos de trabajo con salarios decentes. Con la crisis, cuyas heridas aún siguen abiertas, se acabó la construcción, la cual aportaba jugosos ingresos. Ahora muchos de los empleados de este sector buscan refugio en las plantas fotovoltaicas que se están levantando en diversos puntos de Extremadura. Ese sector, junto con el turismo, se intentan potenciar como nichos de empleo, pero queda largo camino por delante para poder subsanar los agujeros del hundimiento del ladrillo.

Pero, ¿y qué ocurre con esa red industrial? No crece, no encuentra cauces de desarrollo. Sindicatos y patronal apuntan a una causa común como clave principal: el tren. La falta de una infraestructura ferroviaria acorde con el siglo XXI (no solo para viajeros, también para el transporte de mercancías) perjudica al crecimiento empresarial de la región.

Si hubiera un ferrrocarril eficaz y rápido, también se vería beneficiado el turismo, que se traduce en viajeros que dejarían riqueza en la región que permitirían la creación de más trabajo.

Pero aquí volvemos al inicio: la mayoría de los nuevos puestos que se crean son en el sector de la hostelería y los servicios, y gran parte de ellos ofrecen condiciones más que cuestionables en cuanto a horario y sueldo.

Más asuntos / Extremadura sigue sufriendo la falta de especialistas en la sanidad, sobre todo en hospitales como el de Plasencia o del Don Benito-Villanueva de la Serena. Se lanzan medidas como incentivos económicos para lograr retener a los médicos, pero nunca se concretan ni funcionan como solución. No resulta esta una zona atractiva.

Y el campo. En una comunidad eminentemente agrícola, donde en las zonas rurales se vive de la recogida de la cosecha, los agricultores exigen unos precios justos. Lo que prima es un mercado donde los intermediarios multiplican el coste con el que el producto llega a las tiendas. Mientras, los trabajadores agrícolas se quedan con un ingreso mínimo.

Y muy pendientes de la PAC (Política Agraria Comunitaria), un marco legislativo que se negocia en la Unión Europea, en Bruselas, pero que afecta directamente a quienes viven de la tierra y el ganado en la región.

Sin olvidar que un sistema agrario mal subvencionado sigue alimentando una forma de vida en los pueblos en los que, la poca riqueza del campo, obliga a la economía sumergida y a que todos miren hacia otro lado.

Con esta realidad arranca la décima legislatura. El nuevo Ejecutivo extremeño tiene numerosos retos por delante. Ninguno es nuevo, son las mismas dolencias, las mismas piezas de un engranaje que, juntas, hacen que la comunidad de pasitos muy cortos, y que a veces retroceda, como el tren, la mejor metáfora de la región.

Toca buscar recambios o modificar el mecanismo. Hay cuatro años por delante.