Más de 1,4 millones de hectáreas de dehesa, con preponderancia de encinas, dan para mucho más que criar únicamente cerdos ibéricos de bellota. De hecho, el 80% de la producción ganadera extremeña está vinculada a este ecosistema, lo que supone más de 550 millones de euros anuales de riqueza.

Al margen del porcino, los pastos de la dehesa dan para alimentar a ganado ovino y vacuno, donde se aprecia un paulatino cambio de tendencia, de manera que el merino está dejando lugar a razas vacuna de carne, sobre todo avileña, retinta y morucha, sin olvidar la presencia importante de ganaderías vinculadas a la lidia. En cuanto a los aprovechamientos agrícolas, en general en las zonas de dehesa este aprovechamiento es secundario, ya que se orienta casi siempre a la alimentación de los animales.

Pero además en este ecosistema caben otros aprovechamientos. Entre ellos estaría el del corcho, industria firmemente asentada en la región y que genera al año alrededor de 21 millones de euros.

Igualmente es de destacar el turismo cinegético, puesto que las zonas adehesadas más agrestes, las vinculadas a sierra y que son las más espesas en arbolado, contienen una gran riqueza en especies como jabalí, ciervos, conejos o perdices. Este sector, además de unos ingresos que rondan los 20 millones de euros por año, genera gran número de jornales y actividades complementarias que contribuyen a fijar población en áreas donde prácticamente no existe otro recurso.

En cuanto a otros aprovechamientos de menor entidad, podría citarse la leña, que vivió un fuerte retroceso con la irrupción de los combustibles derivados del petróleo, pero que en los últimos años parece volver a resurgir. Como sector emergente, la dehesa presenta un gran potencial en cuanto a turismo de naturaleza, y a sus derivaciones como el turismo ornitológico.

Al margen de estos valores económicos de uso de los encinares y alcornocales extremeños, la conservación de la dehesa supone también un freno a la erosión de los suelos y la extensión de incendios.