Un nuevo concepto: el precariado, el trabajador pobre, que se ha ido comiendo a la clase media. Hogares desahuciados, suicidios de desesperación, familias con todos sus miembros en paro, jóvenes sin futuro que emigran y abuelos que han de mantener a hijos y nietos con pensiones cada vez más escuetas. Y un mercado laboral inestable que crece tímidamente con contratos de tres o cuatro horas al día durante un mes, o una semana. Y de vuelva al desempleo. Y al riesgo de pobreza y de exclusión social.

Este verano Bruselas dio por finalizada «la peor crisis de la UE en su historia de seis décadas». Después de 10 años de caída continua de la economía, la Comisión Europea lanzaba un mensaje en positivo asegurando que el paro estaba en su nivel más bajo desde 2008, que las inversiones crecían y que los bancos habían ganado fuerza.

Hasta ahí la teoría. ¿Pero cuál es la realidad del día a día? En Extremadura hay actualmente 121.400 personas que buscan un trabajo y no lo encuentran, lo que significa el 24,76% de la población, según la última EPA (del tercer trimestre de este año) que recoge el INE. La tasa es más del doble que en 2007. Además, la región es la tercera de España con más porcentaje (por detrás de Melilla y Andalucía) y supera con creces a la media nacional, que está en el 16,38%.

Y la brecha entre hombres y mujeres sigue estando latente: el desempleo femenino sobrepasa en 5,6 puntos al masculino.

Aunque es cierto que la cifra de parados va cayendo en la región, en términos generales, desde 2015, no se puede obviar que es a costa de contratos precarios (pocas horas, pocos días, poco sueldo) y de los jóvenes (y a veces familias enteras) que se marchan a otras comunidades u otros países en busca de una oportunidad laboral que aquí no encuentran. Cuando se van, salen de la lista y dejan de sumar desempleados.

LA CONSTATACIÓN

Esta realidad la corroboran varios datos. Por un lado, la población activa (aquellos que o bien trabajan o están en búsqueda) de entre 20 y 34 años ha descendido un 20% en la última década. O lo que es lo mismo: ahora hay 35.500 jóvenes menos como posible mano de obra, en muchos casos con alta cualificación.

Por otro lado, en cuanto a los ocupados (aquellos que sí tienen un puesto), el número de veinteañeros y treinteañeros ha descendido un 36% en estos diez años, lo que significa 53.600 menos. Mientras que al mismo tiempo los empleados con más de 55 han crecido en el mismo periodo un 24%, esto es, suman 14.400 más. La coyuntura provoca, inevitablemente, el envejecimiento de las plantillas.

Por último está la cifra que maneja el Consejo de la Juventud, que alerta de que cada año siguen abandonando la comunidad unos 3.500 jóvenes.

Lo cierto es que el elevado porcentaje de paro entre los extremeños menores de 25, que supone un 41,54% (casi 17 puntos por encima de la media regional) no sirve, ni mucho menos, para evitar ese éxodo.

Pero el desempleo también ha dejado una dura huella en los mayores de 55, que se han visto sin posibilidades de reengancharse al mundo laboral para poder llegar a la edad de jubilación con una pensión digna.

En la franja de edad de más de 55 años el paro en Extremadura ha subido del 9,74% al 23,02%, más del doble, a lo largo de esta década de crisis económica.

La falta de opciones laborales en la comunidad es un factor más que provoca la despoblación y el envejecimiento de la comunidad. Los jóvenes en edad de tener hijos se marchan, los que se quedan no encuentran la estabilidad que necesitan para formar una familia y la población inmigrante -que hace unos años subió la tasa de natalidad- ha vuelto a sus países de origen por la ausencia de trabajo.

La carencia de juventud contrasta con el aumento de los mayores. Un dato: la última década ha sumado 11.400 jubilados más mayores de 65.

¿Qué ofrece el mercado? / Como referencia, los últimos datos del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, referidos a noviembre. Si ese mes se firmaron en Extremadura 55.369 contratos, solo 2.100 fueron indefinidos (estables, seguros...). El 96,2% restante correspondieron a trabajos que, con suerte, duraban un par de meses. Muchos, menos de una semana.

Una realidad que se achaca a que la región, a falta de tejido industrial, depende en gran parte del campo, la agricultura, donde abunda la temporalidad.

Hubo un tiempo en que el ladrillo llegó a suponer un motor importante del PIB regional (aproximadamente el 15%), pero la comunidad perdió en siete años el 94% de la construcción de vivienda libre y más del 70% de los empleados fueron arrojados al tiburón del paro. Ahora hay cierto repunte, pero con timidez. Y ese hueco que se ha quedado lo intentan ocupar otros sectores como las energías renovables.

Extremadura también está apostando por el sector turístico como nicho de empleo (actualmente supone el 6% del PIB regional y da empleo a unas 25.000 personas). En otras zonas de España, como las costeras, significa un importante filón económico. Pero surge la duda: ¿Después de la burbuja inmobiliaria viene la del turismo?

LOS AUTÓNOMOS

En el último año Extremadura ha ganado 9.300 trabajadores por cuenta propia y ha perdido 3.400 asalariados. El nuevo empleo que se crea es para autónomos, también llamados emprendedores, que abren negocios con esfuerzo y que en muchas ocasiones deben cerrarlos cuando se acaban los incentivos porque no llegan a final de mes. Y vuelta a empezar.

En 2018 entrará en vigor la nueva ley que vendrá a mejorar las condiciones de este colectivo (algunas medidas ya están en vigor desde noviembre). La más esperada, la tarifa plana para el primer año (la cuota que se paga a la Seguridad Social mensualmente es solo de 50 euros durante los doce primeros meses, los seis siguientes será de 137,5 y los otros seis posteriores, de 192,5. Después, el precio oficial: 275 euros).

No obstante hay que tener en cuenta que en ese concepto también están los falsos autónomos: el 75% de sus ingresos proceden de la misma empresa, la cual no los contrata como asalariados para ahorrarse su cotización.

Más ejemplos que retratan el panorama actual: los sueldos en Extremadura siguen siendo los más bajos del país: una media bruta de 1.613 euros al mes (622 menos de lo que se ganaría en el País Vasco). Aunque en la comunidad ahora mismo se considera privilegiados a quienes llegan a mileuristas.

Y existe un porcentaje a quienes el jornal no les llega para lo básico. Son los trabajadores pobres, los que no piden en la calle, sino que hacen cola en el supermercado. Tienen empleo y remuneración, pero es tan precaria que deben pedir ayuda para las facturas, el alquiler... Calcula la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN) que la región soporta unos 50.000 extremeños de esta nueva clase social.

La EAPN contabiliza además alrededor de 330.000 ciudadanos en riesgo de penuria. Mientras que desde el Observatorio de Emancipación Joven alertan de que esta situación límite afecta al 43% de los que tienen entre 19 y 29 años.

Otra realidad es que hay unos 50.600 hogares donde todos sus miembros están en el paro.

EL FUTURO

Hasta aquí el balance de los diez años de crisis. Pero, ¿hay cabida para la esperanza? Según la previsión del BBVA, el PIB de Extremadura crecerá un 2,4% en este 2018 a punto de estrenarse (será una décima por debajo de la media nacional).

Desde la Junta aseguran que contribuyen a este aumento de la riqueza con unos presupuestos «más expansivos» (han subido un 5,1%), apostando por la I+D (+2,6%), las infraestructuras (+7,1%) y el binomio comercio-turismo (+3,2%), según subrayan. «Se reactivará la inversión pública tras el déficit acumulado en la crisis», añaden.

También hacen su propio cómputo: «Hay 928 empresas más que hace un año, un aumento del 2,94% frente al 1,4% nacional. Estas acogen a 220.227 trabajadores, 11.206 más que en 2016. Y las exportaciones están alcanzando máximos históricos».

Se han puesto en marcha planes de empleo y se pelea para que desde Madrid se activen acciones similares.

Pero para este 2018 el reto sigue pendiente: crear trabajo de calidad. Acabar con el precariado.