Pte. de la Junta de Extremadura

De sobra. Hago esta afirmación tan categórica porque los que estuvimos en la primera línea de esta aventura, que ya dura 20 años, vimos como la ciudadanía, a la que apenas se le dio participación, no tenía el menor interés en una autonomía que nacía desde las alturas de la política y no como respuesta a las exigencias de todo un pueblo.

La verdad es que nadie sabíamos ni cómo, ni porqué, ni para qué. Y para reafirmar la desconfianza, quienes en aquellos momentos tenían la mayoría política en la región, UCD, nos obsequiaron con un espectáculo de peleas y divisiones internas que aún acrecentó más la sospecha de que aquello que nacía como Preautonomía no llegaría nunca a su destino.

Y efectivamente, UCD fue incapaz de llevar a buen puerto el cometido que tenía encargado como partido mayoritario, es decir aprobar en le Congreso de los Diputados un Estatuto de Autonomía que abriera la puerta del autogobierno en la región. Tenían amplia mayoría y contaban con el apoyo, para esa tarea, del PSOE de Extremadura y del PC. El PP (entonces AP) estaba en contra de cualquier autonomía y su presencia política en la región era insignificante.

Pero sería injusto responsabilizar de ese fracaso a toda la UCD. En otras regiones si fueron capaces de elaborar y aprobar un Estatuto. Aquí la UCD se dividió en dos grupos: los centristas que vivían en Extremadura y los que vivían en Madrid, fueran o no nacidos en Extremadura, pero que tenían su acta de Diputado o Senador obtenido por Cáceres o Badajoz. Los primeros estaban absolutamente decididos a cumplir con su responsabilidad. Los segundos pusieron todo tipo de zancadillas para que aquí no surgiera una clase política autóctona y autónoma, nucleada alrededor de la autonomía extremeña, que sin duda les haría perder sitio y protagonismo en una tierra a la que tanto querían... pero desde el confortable despacho de Madrid.

Este grupo era el que decidía y el que obstaculizó la aprobación del Estatuto. Ordenaban lo que había que hacer y no hacer aquí en función de su interés allí, en Madrid. Cuando sus intereses políticos se vieron amenazados, se negaron a que D. Antonio Hernández Gil fuera nuestro primer presidente preautonómico, después de que los de aquí conseguimos convencerle de que dimitiera de su cargo de presidente de las Cortes Generales, en un momento en que se estaba redactando la Constitución, en un gesto que puso de manifiesto su amor y compromiso con Extremadura.

Cuando Luis Ramallo, primer presidente preautonómico comenzó a volar por su cuenta, los de allí le cortaron las alas, porque de nuevo se ponía en peligro su cómoda posición de vivir en Madrid y ocupar un escaño por Extremadura. A Manuel Bermejo lo aburrieron cuando su talante liberal comenzó a granjearle simpatías. Algunos de aquí, militantes de UCD, cansados de "los amantes de Extremadura desde Madrid", decidieron darles un corte de mangas, romper la disciplina de partido y dar su voto para presidente preautonómico a alguien que garantizara independencia y compromiso con su tierra aunque fuese de otro partido. Ahí empezó la autonomía, cuando se impusieron los de aquí (independientemente de su afiliación política) frente a los que sólo querían los votos de los extremeños pero no el compromiso con ello.

Desaparecidos de la escena política los que solo pensaban en sus intereses para escalar en Madrid, llegó la estabilidad política e institucional. Baste decir que en cuatro años de Preautonomía hubo 3 presidentes preautonómicos y 1 en funciones.

Ahora que conmemoramos el veinte aniversario de la aprobación del Estatuto de Autonomía, los que tanto aman a Extremadura desde su privilegiado observatorio madrileño, vendrán, siquiera sea por unas horas, a insultar a los de aquí y para decirnos lo tontos que somos por haber apostado por los de aquí y no por ellos a los que tan bien les iba en política cuando a los ciudadanos extremeños nos iban tan mal.