El jefe de servicio de Medicina Interna del Complejo Hospitalario Universitario de Cáceres y responsable de su unidad de enfermedades infecciosas, Carlos Martín, considera «innegable» la tendencia al alza que se está experimentando en la incidencia de las infecciones de transmisión sexual. «Hace diez o quince años veía una o dos sífilis al año, era una enfermedad rarísima, pero la percepción mía es que ahora ves, seguro, una a la semana de media. Y quizás me quede corto», afirma.

—¿Por qué se ha producido este repunte en enfermedades como la sífilis o la gonorrea? Solo el año pasado hubo más de 120 casos en la región...

—En primer lugar, hay que hacer dos salvedades. Una es que estos son los casos declarados, pero hay muchos que no se declaran, porque para hacerlo hay que poner el nombre del paciente, sus apellidos… El problema se minusvalora porque hay infradeclaración. A menudo estas enfermedades se tratan sin análisis: se acude a un médico amigo, a uno privado… Además, la sífilis o la gonococia hoy en día se curan con una inyección. Entonces, alguien puede preguntarse qué necesidad hay de dejar constancia en una historia clínica de algo que, aunque tenga nombre cataclísmico, tiene poca trascendencia en este sentido. En segundo lugar, este incremento de la sífilis y la gonococia es un fenómeno no solo extremeño, también español, europeo, y de todo el mundo occidental.

En cuanto a las explicaciones de por qué se ha producido este incremento, para los que trabajamos en esto la razón fundamental es la pérdida del miedo al sida. Por encima del 90% o del 95% de los casos que yo he visto son de varones que practican sexo con otros varones. Y en ese colectivo se están dando ahora una serie de fenómenos de los cuales el más importante es este, porque ya las nuevas generaciones han oído hablar del sida como de una enfermedad controlable, que se cronifica y que probablemente no va a afectar a la supervivencia de las personas. Ha habido una relajación de las costumbres. Por otra parte están las redes sociales. Los pacientes tienen una serie de aplicaciones específicamente diseñadas para buscarte parejas sexuales, donde se precisa qué es lo que te gusta, qué es lo que quieres y qué estás dispuesto a hacer. Las redes sociales han amplificado de forma extraordinaria las posibilidades de tener contactos. Por último, como fenómeno emergente está el ‘chemsex’, que consiste básicamente en la utilización de drogas para el sexo, fundamentalmente metanfetaminas, que te ponen eufórico y fomentan tu capacidad sexual y de relación, pero que también hacen que tu instinto de autoprotección disminuya más aun.

—¿Falta información y concienciación?

—Yo no lo creo. La mayor parte de los pacientes que veo que se han infectado me dicen que no usan preservativo porque no les gusta. Muchos son licenciados superiores. No es una cuestión de desconocimiento como pudo pasar en los ochenta y los noventa con el VIH, puesto que un médico, un ATS o un ingeniero en telecomunicaciones es muy difícil que no sepa esto. ¿Quién no sabe hoy en día cómo se transmite el sida? Hay gente que te contesta tranquilamente: «Sí vale, me he vuelto a coger la sífilis, pero ¿y qué?, si me la vas a curar con una inyección». Muchas veces es la propia experiencia la que reduce el dramatismo de la cuestión, porque es verdad que la sífilis se cura con penicilina, no es la enfermedad de la que hemos oído hablar de finales del siglo XIX o principios del XX, que la tenías para siempre y acababas muriendo a los 30 años de un problema cerebral.

—Si se ha perdido el miedo al sida, ¿es previsible una repunte de las infecciones por VIH?

—No. Por dos razones. Una es porque cualquier persona que tenga infección por VIH está en tratamiento desde que se le detecta y tiene la carga viral en cero, no transmite el virus, con lo cual el número de potenciales transmisores ha disminuido muchísimo. El otro motivo es que, viendo que hay gente a la que cuesta convencer de que se pongan el preservativo, se está desarrollando una estrategia de prevención con fármacos. Se llama ‘prep’ (profilaxis preexposición) y consiste en que a las personas con muchísimos factores de riesgo se le dan fármacos retrovirales aunque estén sanos, para que no se contagien. Se está haciendo en muchos países ya de forma rutinaria y en España hay proyectos piloto, aunque estamos a la espera de que nos dé el visto bueno el ministerio. Estos dos factores están produciendo una disminución del número de casos de VIH.

—Pero estos tratamientos preventivos, ¿no son una forma de fomentar precisamente las conductas de riesgo?

—Es uno de los temas de discusión constante, pero la cuestión es que en este tipo de personas el número de ITS es ya tan alto que parece imposible de aumentar. Los estudios demuestran que la profilaxis preexposición no lo hace. Tengo pacientes que se cogen cuatro enfermedades de transmisión sexual al año aparte de tener ya el VIH. Otras posibles contras son el coste, aunque el fármaco con el que se hace es ahora genérico, o que el paciente lo haga mal y si se contagia con el VIH se haga resistente a lo que está tomando.

—Si gonorrea o sífilis se pueden curar fácilmente, ¿qué convierte entonces a este tipo de infecciones en un problema de salud pública grave, como avisa el ministerio?

—Sí lo son porque una persona con una ITS como la gonococia tienes más probabilidades de contraer el sida. Luego, porque aunque en general no haya complicaciones, puede haber personas que no sean diagnosticadas y, por tanto, no sean tratadas, y puedan llegar a tener complicaciones. En mujeres, por ejemplo, la gonococia es muy frecuentemente asintomática y sin tratamiento puede llegar a causar problemas de salud. Además, aparte del VIH, lo que más nos preocupa es que el gonococo, cuando empieza a haber muchos, acaba desarrollando resistencia a los antibióticos. Ni en Cáceres ni en Badajoz hemos tenido por el momento ni un solo caso de gonococos resistentes, pero tememos que llegará. En otra de las infecciones que puede ser de transmisión sexual, que es la Hepatitis C, se están dado, además, casos de reinfecciones. Hoy en día es una enfermedad que se cura siempre, pero hay gente que se la vuelve a coger. Y curarla cada vez cuesta seis mil euros.