Viven a miles de kilómetros de su país, de su hogar, y cuando llegan aquí se asientan a kilómetros de las ciudades y de los pueblos. Llevan la distancia en su interior, la misma que refleja el abismo entre su cultura y la nuestra. Miles de temporeros, la mayoría procedentes de Rumanía y de otros países del este de Europa, vuelven al terminar la jornada de trabajo a los campamentos en los que conviven en la mayoría de sus casos con sus familias, con sus vecinos y con sus amigos. Descansan sentados fuera de las tiendas de campaña, de la ropa tendida al sol en la vides o en tendederos improvisados con unos cuantos maderos, mientras el olor de un guiso invade todo el campamento.

Son días de espera, porque la campaña de la aceituna aún no ha llegado a su apogeo y la vendimia ya está acabada. Así que mientras unos aguardan a que el trabajo comience en los próximos días, otros rebuscan entre las vides lo poco que queda para sacarse un dinero extra. Nico y Marinela vienen desde Rumanía. Ambos están casados y tienen tres hijos esperándoles en casa, a quienes van enviando todo el dinero que consiguen reunir en su periplo por la campaña agrícola. En los meses que llevan en Extremadura ya han trabajado en la fruta, en la vendimia y ahora harán lo propio con la aceituna.

El, a sus treinta y dos años, comenta que esta está siendo la más complicada de las seis campañas que lleva a su espalda. Asegura que si tuviera más dinero alquilaría un piso, pero que la situación no le da para más si quiere reunir dinero suficiente para mantener a su familia el resto del año en Rumanía. "Antes ganábamos 50 euros en un día, y ahora nos cuesta llegar a 35", asegura.

Expulsados

Son conscientes de que es ilegal vivir en un campamento como este, situado en la Vereda Corona, un camino agrícola que parte de la circunvalación de Almendralejo, más o menos frente al acceso a la ITV. Ayer (por el miércoles) recibieron la visita de los agentes de la Policía Local y de técnicos de los servicios sociales, quienes les comunicaron, como exige el protocolo de la ordenanza municipal que impide la formación de asentamientos de estas características, que tienen tres días para abandonar el lugar. Una vez cumplido el plazo, la policía volverá y les comunicará que las 72 horas han pasado y que si no se van por su propio pie será necesario el uso de la fuerza.

Dado que esta escena es habitual, generalmente se dan otras 24 horas, puesto que por la mañana, que es cuando se les indica que se marchen, los hombres se encuentran en plena faena. La pregunta que cabe hacerse es ¿a dónde van? Pues ellos mismos, y la propia policía lo sabe, buscarán otro emplazamiento en el que pasen lo más desapercibidos posible para, una vez encontrados, iniciar nuevamente el procedimiento de desalojo. "Nosotros no nos vamos a ir a otra parte mientras que aquí haya trabajo y nos contraten", afirma Nico, quien ya ha sido contratado para recoger aceitunas a partir del lunes.