"Sólo llevaba cuatro días allí", dijo, entre sollozos, una mujer de unos 40 años que prácticamente se lanzó en marcha de su coche, matrícula de Sevilla, al llegar ayer por la mañana a las puertas de la base de la Brigada Ligera Aerotransportada (Brilat) en la localidad pontevedresa de Figueirido. La mujer era familiar de uno de los soldados fallecidos en el helicóptero siniestrado en la localidad de Herat, del último contingente, el de los 85 jóvenes que el viernes pasado se fueron a Afganistán.

La mujer, visiblemente emocionada, no tuvo tiempo de comentar nada más. Los tres soldados que vigilaban la entrada de la instalación, dos chicos y una chica, la instaron a pasar al recinto, como hicieron con todos los familiares que se acercaron al lugar. Y es que de los 17 militares que murieron en la misión, 12 pertenecían la base de Figueirido. Cuatro eran de la provincia de Pontevedra, tres de Lugo, dos de A Coruña, uno de Ourense, uno asturiano y uno madrileño. Entre ellos estaban también el teniente madrileño Javier González Hernández, que se acababa de casar hace sólo un mes y que había fijado su residencia en Pontevedra, y el joven ferrolano Isaac Calvo Piñeiro, de 20 años.

"No queda casi nadie"

La mañana en la base gallega fue tensa, pero tranquila, porque en el recinto hay ahora poco personal. "La mitad, unos 500, están en Afganistán y el resto, de permiso y de vacaciones. No queda aquí casi nadie, apenas los justos para las labores de mantenimiento", comentó Ricardo, el dueño del único de los tres bares de la zona que permanece abierto. Su cara era de consternación. "No sé si conocía a alguno de los fallecidos. Es muy probable, porque muchos de los militares vienen aquí a tomar el café. Son chicos jóvenes, buenos chicos", explicó el hostelero.

A las puertas de la base, un ejército de periodistas esperaba alguna reacción de las autoridades militares que no se produjo. Los soldados que hacían guardia indicaron que no podían hablar y que sus instrucciones eran dejar entrar sólo a los familiares directos de las víctimas. Pero sus caras delataban la preocupación que se vivía en el interior.

A media mañana llegaron dos muchachas preguntando por el paradero de su primo. Aún no se había hecho pública la lista de fallecidos, pero ya les avanzaron que en ella no estaba el nombre de su familiar.

Después acudió al lugar una exsoldado a interesarse por sus compañeros. Había logrado hablar con uno de los militares destinados en Afganistán, que le confirmó la muerte de un sargento y un cabo primero que ella conocía. "Aquí estamos muy mal, muy consternados", le dijo el militar desde el puesto de Herat. Después le pidió que le dijese a su mujer que a él no le había pasado nada.

Tras la comparecencia de mediodía del ministro Bono, que los soldados de la garita siguieron con gran interés por la tele, el número de visitas descendió, aunque llegaron algunas autoridades, como el coordinador de los socialistas gallegos, Antón Louro, y el subdelegado del Gobierno en Pontevedra, Delfín Fernández, que expresaron sus condolencias al general de la Brilat, Vicente Díaz de Villegas, y al resto de militares.

Algunos de estos soldados aún recuerdan el día de la despedida de los compañeros, hace unos días, en el aeropuerto de Lavacolla, en Santiago. Un grupo de familiares desplegó una pancarta. Sólo decía: "Suerte y hasta pronto".