Esta es la historia de una mujer, Sara --es un nombre supuesto--, que llegó a perder 13 de sus 54 kilos por la presión que ejercía su jefe sobre ella. Un perfecto caso tipo de acoso sexual en el trabajo.

Sara tenía entonces 30 años --ya ha cumplido los 34-- y estaba trabajando en la cocina de un hostal de un pueblo extremeño. El , como ella se refiere a su acosador, era el hijo de los dueños del negocio y, en la práctica, uno de los responsables del mismo. Estaba casado y tenía un hijo.

Sara acababa de dejar una relación de 12 años y tenía que cuidar de su padre, que estaba enfermo, cuando empezó a trabajar en el hostal. A él ya le conocía e incluso se llevaban bien. "Empezó a hacerme regalos y a valorarme más en la empresa; yo creía que todo eso me venía bien, pero sin que me diese cuenta me estaba intimidando", relata. En esa amistad / protectorado que se estableció acabó teniendo una relación con él .

Pero cuando ella decidió dejar la relación todo cambió. "Empezó a intimidarme, en el trabajo me gritaba, me insultaba, me hacía trabajar más de la cuenta. Si yo tenía que estar en el comedor me decía: vete de aquí que no te quiero ver, perra". La presión era tal que Sara decidió acudir a escondidas a un psicólogo.

Llegó la enfermedad

El problema iba en aumento porque "él creía que iba a seguir así siempre porque necesitaba el trabajo". Con esta situación su salud se empezó a resentir. Vomitaba la comida --anorexia nerviosa-- y llegó a perder 14 de sus 54 kilos.

Recuerda incluso que en ocasiones le llamaba "a las cuatro y media de la mañana para decirme que al día siguiente tenía que entrar una hora antes". "Yo sólo quería ir a hacer mi trabajo y ya está. Sólo le pedía que me respetase como su empleada, que me dejase trabajar", explica emocionada.

El impulso final llegó el día que estando de baja por depresión él se plantó en su casa, le grito y ella vio llorar a su padre. "Le eché de mi casa y creo que eso me dio fuerzas".

A partir de ahí pidió ayuda a la Asociación Malvaluna, que le asesoró y le aconsejó que interpusiera una denuncia.

Han pasado cuatro años y aún está a la espera de juicio. Reconoce que aún hoy se siente culpable por lo ocurrido y también afirma que se ha sentido "abandonada" por todos sus compañeros. "Todavía no sé ni cómo me atreví a denunciarlo", añade.

Desde entonces le ha cambiado la vida --"no me quiero arreglar mucho porque no quiere parecerle guapa al jefe"-- y se queja de la lentitud de la justicia. Esta cansada y a estas alturas sólo quiere pasar página. "A mi me hubiera bastado con que me hubiera perdido perdón por humillarme como mujer, como empleada y como persona", concluye.