A Eduardo lo llamaron la semana pasada del nuevo colegio de su hijo para preguntarle cómo tenía pensado celebrar su cumpleaños. Jesús está estrenando el número 7 y en el centro querían organizar un día especial. Y su padre, mientras lo cuenta y lo recuerda, no puede reprimir las lágrimas. «Me emociono porque es la primera vez que muestran interés por él como alumno, no me había pasado nunca». Algo tan sencillo le conmueve porque cada paso que da es un muro que debe saltar o rodear.

Jesús nació con un cromosoma de más. Tiene síndrome de Down y necesita otro tipo de atención dentro del aula para que su asistencia a clase cobre sentido. Eduardo García Gómez y Vanesa Torrado Monago son sus padres. La familia vive en Badajoz.

El curso pasado el menor estaba matriculado en el colegio público Santa Marina, pero la experiencia no les convenció. «Contaba con atención pedagógica y con apoyo de audición y lenguaje por parte de dos especialistas, pero solo eran cinco horas a la semana». El resto del tiempo no podía seguir la clase al mismo nivel que sus compañeros.

UNA REALIDAD COMÚN / E, inevitablemente, se abrió el dilema común en estos casos para sus progenitores: por un lado el anhelo de que el pequeño pudiera ser un alumno más y la apuesta por una integración que parta desde la diferencia; por otro, rendirse a la evidencia de que los recursos educativos son insuficientes para que la fórmula funcione, sobre todo cuando lo que marca la distancia es la discapacidad intelectual.

Ahora Jesús tiene nuevos compañeros en otro colegio, el Centro de Educación Especial Nuestra Señora de la Luz, donde el método de enseñanza sigue otros cauces y donde el resto de alumnos también requieren esa ayuda extra. «Estamos muy contentos con el cambio, de alguna manera nos sentimos tranquilos porque aquí puede permanecer los años que necesita para después pasar directamente a un centro ocupacional», explica Eduardo García, quien además es presidente de la Asociación Síndrome de Down de Badajoz.

Él y su mujer afrontan la vuelta a cole con otro tipo de preocupaciones. Más allá de alto coste del material escolar, los libros de texto o los uniformes, han de preparar a Jesús para el cambio de rutinas y de personas de referencia. Y han de prevenirse ellos mismos por si reciben llamadas de sus docentes con algún percance. Así es el día a día.

Esa experiencia que ellos han vivido de tener que cambiar de centro es una disyuntiva que tarde o temprano deben afrontar las casi 1.500 familias en Extremadura con un hijo con discapacidad intelectual.

El propio sistema educativo hace que, en numerosas ocasiones, se desemboque en esa opción, aunque teóricamente haya otra por delante: «Se les ofreció la modalidad de escolarización compartida (con atención dentro del colegio) en el CEIP Santa Marina, pero no la aceptaron», justifican en este caso desde la consejería de Educación de la Junta de Extremadura.

«Mi hijo se pasaba la mayor parte del tiempo jugando en el suelo encima de una manta...», responde Eduardo García.

Desde Educación insisten en que hay un profesor de audición y lenguaje y otro de pedagogía terapéutica en cada centro público y concertado donde existe alumnado con algún tipo de discapacidad. La media es un docente por cada 9,8 estudiantes. Además está la figura de los auxiliares, que son los que, por ejemplo, acompañan al menor al cuarto de baño.

Hasta ahí, de nuevo, la teoría. Pero casi siempre en los padres aflora el peor sentimiento, la discriminación que sufre su hijo por falta de recursos. La inclusión escolar no implica solo presencia, también participación en el aula.

El caso de Jesús no es único; muchas familias terminan cambiando al menor de centro (siempre y cuando exista ese opción cerca de su entorno), o lo que es lo mismo, trasladándolo a un colegio especial.

LA ONU / Lo cierto es que la reivindicación de estos padres de que su hijo fuera «simplemente un alumno más en su colegio» viene a ser el modus operandi que impone la ONU en materia de discapacidad y que España por regla general no cumple. De hecho, un informe del año pasado del organismo internacional rezaba: «Se ha perpetuado un patrón estructural de exclusión y segregación educativa discriminatorio, basado en la discapacidad, a través de un modelo médico que afecta desproporcionalmente, y en especial a las personas con discapacidad intelectual o psicosocial y con discapacidad múltiple».

¿Resultado? La historia del pequeño Jesús sirve de ejemplo.