Los psicólogos más agudos aconsejan a los padres inexpertos elegir el terreno de la confrontación con los hijos antes de que ellos lo encuentren. Es la mejor manera de esconder los puntos débiles ante ellos y ante uno mismo. Por ejemplo: si uno es del Real Madrid, lo inteligente es pastorear al hijo para que sea del Barça, para que la pelea se centre en un terreno que puede ser abrupto pero, al final, si quitamos las banderas, es inofensivo. Eso era para los de antes. Ahora lo que toca es a la inversa.

José Luis Rodríguez Zapatero tiene ese problema con sus electores. Con los jóvenes, pero también con los curtidos votantes socialistas y con los militantes que han pasado ya por la máquina de laminar líderes a González, Borrell y Almunia. Y ha decidido declararse como un firme culé. Incluso dándole a la definición un toque de historia: todo empezó porque había un tal César, de León, que jugó en el Barça. Y todo siguió con ese conjunto de inútiles que los barcelonistas conocen como el dream team (no sé si se nota de qué equipo soy yo).

El hombre paciente

El personaje tiene pinta de saber que le toca el turno de hacer estas cosas. Los numerosos artículos de prensa que intentan descubrir a la gente su "lado humano" (esa cosa melosa y repugnante que nos acaban sacando a todos alguna vez), están aún por encontrar el hueco, el flanco por el que el hagiógrafo de hoy se colará para devorarle las vísceras mañana. La estrategia que su psicólogo y él han definido es sutil, propia del hombre que se quiere definir a sí mismo como el político paciente, tranquilo, que va a cambiar las cosas en profundidad, pero a su ritmo. O sea, el hombre que "maneja los tiempos". Eso se dice de él en Ferraz.

Porque lo de ser culé puede no ser sino un truco de imagen que pretende hacer aparecer un defecto como una virtud. Si es culé es porque "es de gente honesta optar por las causas perdidas". O sea, que el tipo que se lleva de calle todas las broncas internas en el aparato del PSOE, y que sale airoso desde hace unos años de todas las citas electorales, es un perdedor. El típico tahúr que sólo gana las partidas gordas, y va dejando entre las mujeres fatales que sirven el whisky a los jugadores un leve aroma de derrota. Pero al final de la película se va con la maleta llena de dólares y con la chica en brazos, entre los sollozos de las espectadoras.

A partir de ahí, la cosa va sola. Incluso el analista de su carácter, el forense que anida en el alma de casi todos los redactores políticos, pica el anzuelo creyéndose que ha descubierto oro. Pero esa imagen esconde recovecos que siguen sin ser desvelados por los agudos politólogos que se crían en los periódicos. Quizá porque no saben apenas nada de antropología. Y es que León es, realmente, el sitio de España donde vive la gente más rara y peculiar. Todos los leoneses vienen de repoblación, idea de algún Plantagenet. No tienen nada que ver con nadie. Gentes que han vivido, además, aisladas del mundo. Durante siglos, estuvieron sin ver ni siquiera gallegos, que forman una especie viajera, como todos sabemos.

Los de León son como los de Bilbao, que nacen donde se les antoja. Y eso es lo que explica que Zapatero haya nacido en Valladolid. Quien tome ese dato de forma aislada puede llevarse un chasco: de Valladolid, del centro de Castilla. Pues no. El nació allí porque le vino bien para engañar también a los madrileños. Y dice de sí mismo que, como es de León, es de natural noble (los demás lo tenemos que ser a base de esfuerzo).

Una nobleza que le reconocen los que hablan de su biografía, que es escasa, como corresponde a un hombre lleno de futuro. Hasta los que fueron derrotados por él en procesos electorales del partido hablan bien de su forma de hacer las cosas. O sea, que no hay que fiarse de él. Tiene que haber algo más.

Ha cambiado el partido socialista sin cambiarlo. Jugada de envergadura. Sus desalmados peones, como Caldera y Blanco, han ido quitando de en medio a todo aquel que pudiera molestar. Menos a los que podían molestar si se les quitaba. Pero eso sólo por un tiempo. Nadie sabe cuantos telediarios le quedan a Rafael Simancas después de haberse empecinado en ser candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid y perder por la traición de dos candidatos. Puede ser que Simancas ni siquiera se lo huela. Los tiempos los administra Zapatero. Y hay, sobre todo, algo que nos ha conseguido vender a casi todos: es un hombre que se cree lo que dice. Cuando mira a quien le escucha, transmite confianza, da la idea de que va a cumplir su promesa, aunque sea electoral.

Lo cierto es que él mismo nos ha dejado la pista a través de las fotos que ha proporcionado a los periódicos para cumplir con el ritual de la primera fase de todo político triunfador: la del hombre positivo, que tiene sólo pequeños defectos domésticos. Esa pista está en un libro excesivo, obra de César Campillo, y se llama Zapatero . Casi cuatrocientas páginas de banalidades con fotos de la primera comunión, de su noviazgo, de su relación con Felipe González, y una realmente comprometedora: Zapatero vestido de tuno.

Yo creo que el libro es una tapadera para esconder esta foto entre una información sobredimensionada. A los 43 años, alguien que lleva 25 en el PSOE como profesional de la política, alguien que no ha engañado nunca a su mujer, no puede tener cuatrocientas páginas de biografía. ¿Por qué publicar entonces un libro así? La única explicación seria es que se quiere mostrar el pasado de Zapatero cuando era futuro tuno, pero emboscándola entre una profusa exhibición de datos. Decir la verdad, pero bajando el pistón. Ser tuno es lo peor. No hace falta extenderse sobre ello.

¿A los seis años, Zapatero era culé, o quería ser tuno?

No me entusiasma ninguna de las dos tendencias, pero ése es mi problema. Lo que sucede es que me parece exigible que los ciudadanos conozcan la verdad sobre este político de mirada limpia cuya biografía empieza, de verdad, ahora.