Si el testamento de Juan Pablo II no indica lo contrario, el Papa recibirá sepultura en la basílica de San Pedro, el mayor templo de la cristiandad, donde reposan los restos de un centenar de pontífices. Pero hay quien sostiene que Wojtyla tiene proyectado un viaje póstumo a su tierra natal, Polonia, para ser enterrado bajo la catedral de Cracovia, cerca de los suyos.

El cardenal Francesco Pompedda no lo descarta. El Corriere della Sera recogía ayer unas declaraciones del purpurado en las que citaba la estrecha relación que Wojtyla ha mantenido con su país a lo largo del pontificado y su posible deseo de estar presente en una tierra que "recientemente no siempre lo ha escuchado". Pompedda se refería al acelerado proceso de secularización y abandono de las exigencias morales que pregona la Iglesia que se vive en Polonia. La inmensa mayoría de los ciudadanos polacos se declaran católicos, pero también apoyan el aborto, por ejemplo.

La población natal

Un periodista polaco, Marek Lehnert, se atrevía incluso a fijar la ubicación de la tumba del Pontífice: "La cripta de la catedral de Cracovia, donde el 2 de junio de 1946 ofició su primera misa". Otros, todavía más audaces, aluden a su población natal, Wadowice, como última morada, algo que parece sumamente improbable.

La hipótesis más probable es, sin embargo, la que defiende el cardenal polaco Andrzej Maria Deskur. "No me consta que Wojtyla haya expresado un deseo en el sentido de ser enterrado en su país", sostiene.

Si las últimas voluntades del Papa confirman que no tiene inconveniente en que sus restos reposen en el Vaticano, Juan Pablo II tiene reservado un lugar de excepción en las grutas vaticanas. "El mejor sitio", según sostenía ayer en sus páginas el vaticanista del diario romano Il Manifesto : el más cercano a la tumba de san Pedro.

Un destino privilegiado

Se trata del sepulcro que hasta hace poco ocupaba Juan XXIII, cuyos restos han sido trasladados a uno de los altares de la nave central de la basílica después de que el Papa que promovió la celebración del Concilio Vaticano II fuera beatificado. Al ataúd de ciprés y plomo atado con cordones de seda morados, unidos por cera lacrada con el escudo de armas de Karol Wojtyla, le aguarda, pues, un destino privilegiado.

Está por ver todavía qué sucederá finalmente con el embalsamamiento del cadáver de Juan Pablo II. La Constitución apostólica Universi Dominici Gregis , promulgada en 1996 por el actual Pontífice, especifica lo que hay que hacer a la muerte del obispo de Roma, pero no dice nada sobre esto. De esta manera, sólo se procederá a realizarlo si el Papa, en sus últimas voluntades escritas, lo reclama expresamente.

Perfecta conservación

La experiencia de lo ocurrido en este capítulo con los últimos papas habrá permitido extraer conclusiones a los responsables de la curia. El ataúd abierto de Pablo VI tuvo que cerrarse al público antes de que acabara el periodo de exposición previsto debido al deterioro por el que se vio afectado el cadáver.

Por el contrario, el trabajo de los embalsamadores de Juan XXIII, en 1963, resultó perfecto: cuando el ataúd del Papa fue abierto en el 2001, con motivo de su beatificación, el rostro se encontraba perfectamente conservado, según afirmaron, sorprendidos, quienes ejecutaron la operación.