Todo empezó a tener más sentido cuando el público de España empezó a cantar en el Prater aquello de "Canta y no llores". En ese momento me acerqué a Fernando Hierro para decirle que era verdad, que tras tantas veces de llorar nos tocaba cantar de felicidad, de alegría desbordante, de sonrisa sin fin.

Y esta es una emoción fundamental en la vida y, seguramente, pocas, demasiadas pocas veces visitada. Me refiero a la alegría que se desborda sin saber muy bien por qué y que impregna hasta a aquellos para los que el fútbol ha sido una actividad bajo sospecha.

Si me preguntan desde dónde voy a ver la final de hoy domingo les diré que desde la ilusión de Andrés Palop. Me parece la mejor localidad para disfrutar de un equipo que ha crecido desde todas las dudas y desde una propuesta de juego diferente a la de la mayoría y que nos acercaría a la mejor Holanda, al dream team de sus buenos tiempos. Cuando me pongo en el sitio de Palop lo hago en el lugar de quien está dispuesto a poner lo mejor de sí mismo sabiendo que su participación va a ser menor que mínima, si la medimos en minutos jugados, de alguien que disfruta desde el día en que le dieron el chándal de la selección y le pareció fantástico, desde el lugar de quien cada entrenamiento trabaja como si su participación en el próximo partido fuera estelar, desde la posición que la veteranía permite para transmitir a sus compañeros, es igual si en el vestuario o en pleno túnel de salida al campo, las últimas instrucciones.

Sí quiero cambiar de posición me propongo colocarme en el lugar de Pepe Reina (ya sé que pensarán que es cuestión de porteros y puede que tengan razón). Se han dado cuenta de que el primero que sale a abrazar a los compañeros tras un gol es Pepe, y a protestar al árbitro y a animar a quien es sustituido y a vivir el partido como si estuviera dentro del terreno de juego con una implicación total, con máximo compromiso colectivo aportando todo su ser para que Iker Casillas sea el mejor. Hermoso ejemplo de compañerismo y de poner el logro colectivo por encima del objetivo individual. Grande su frase de: "Aquí no hay titulares ni suplentes, aquí estamos todos para lo mismo".

Otro lugar de privilegio será el de un hombre más bien gordito, de barba cada vez más blanca y que lleva un maletín con todo lo necesario para atender a los jugadores cuando estos caen al suelo por algún golpe. Se llama Miguel y lleva todo el Europeo hablando en la distancia con Genaro Borrás, a quien perdimos un día de esta primavera. Lleva Miguel muchos años en la selección y también le ha tocado llorar en muchas ocasiones.

Hace muchos años, tras la derrota contra Italia en el Mundial de EEUU del 94, regresábamos juntos (se me ha olvidado contarles que compartimos temporadas y títulos en el Athletic así como fríos y apreturas en los bajos de la tribuna de Mendizorroza donde el Alavés tenía sus servicios médicos y yo no era más un tímido proyecto de portero) en el avión que Pink Floyd utilizaba en sus giras. Reflexionábamos sobre lo que nos faltaba para ganar en los momentos cumbre y conveníamos que carecíamos de capacidad de aprendizaje ya que a cada proyecto seguían uno nuevo que destruía lo anterior sin recuperar ni tan siquiera el aprendizaje de la experiencia. Hoy, Miguel verá el partido con la maleta hecha.

Hace unos meses les escribí aquello de que la vida era definida por Mitch Albom en su libro Martes con mi viejo profesor como una tensión entre los opuestos. Decía el viejo profesor: "La vida es una serie de tirones hacia atrás y hacia adelante. Quieres hacer una cosa y te ves obligado a hacer otra diferente. Algo te hace daño, aunque sabes que no debería hacértelo. Das por supuestas ciertas cosas, aunque sabes que no deberías dar nada por supuesto. Es una tensión de opuestos, como una goma estirada. Y la mayoría vive en un punto intermedio".

A la pregunta de su alumno de quién gana en esta lucha, el profesor responde: "El afecto. El afecto gana siempre". Y todos estos a los que he nombrado anteriormente tiene ganado mi afecto desde hace años desde que compartíamos vestuarios, lágrimas, sudores, sueños o guantes. Como con Luis Aragonés, Jesús Paredes, José Manuel Ochotorena y Jorge Candel. Y con ellos, con sus ilusiones y sus dudas, me alineo hoy, con su misma camiseta.