Las elecciones municipales, muchas veces equilibradas, no siempre marcan tendencia. En el 2007, por ejemplo, los populares ganaron por un pequeño margen (1,7%), pero luego, en las generales del 2008, perdieron por segunda vez ante José Luis Rodríguez Zapatero por casi cuatro puntos. Fue una decepción, y a Mariano Rajoy intentaron moverle la silla.

Pero en junio del 2009, Rajoy se volvió a afianzar con la victoria de Alberto Núñez Feijóo en Galicia, y la de las europeas por más de tres puntos. Ahora, el CIS da al PP una ventaja de 10 puntos en unas generales y los conservadores ven en las municipales y autonómicas (en todas las comunidades salvo Cataluña, Euskadi, Andalucía y Galicia) del día 22 una prueba de fuego para blindar su regreso a la Moncloa en las legislativas del próximo marzo. Aspiran también a mantener sus fortalezas autonómicas --Madrid, Valencia, Murcia, Castilla y León-- y municipales. Y a conquistar Baleares, Asturias, Castilla-La Mancha y algunas ciudades emblemáticas como Sevilla. Expulsar al PSOE del poder en Extremadura colmaría ya todas sus ilusiones. Exigirían con fuerza elecciones anticipadas mientras Juan Carlos Rodríguez Ibarra atronaría todas las sedes socialistas de España con una cruzada contra el cadáver de ZP.

Cinco puntos

El PP quiere --y necesita-- convertir el 22-M en un paseo lo más triunfal posible que remache la desmoralización de un PSOE sacudido por la crisis y que acaba de perder al líder que le llevó al poder en el 2003. Y que lo mantuvo en el 2008 pese a la campaña de agitación nacionalista española que lanzaron contra él por el Estatuto catalán y el proceso de paz con ETA.

El súmmum sería ganar por los más de 10 puntos que el CIS (y la mayoría de los sondeos) les dan en unas generales. Es difícil, porque en las municipales los factores locales y la personalidad de los alcaldes cuenta mucho, y por eso los populares se contentarían con una victoria algo superior a la de 1995, cuando José María Aznar logró el vuelco, al ganar con claridad (4,5 puntos) las municipales. Al año siguiente, el PP logró aquella amarga victoria de las legislativas (solo 1,15 puntos) tras el milagroso rebote de un Felipe González que llevaba casi 14 años en la Moncloa. El año 1996 fue el inicio de las dos triunfales legislaturas de Aznar. La segunda, 2000-2004, con una cómoda mayoría absoluta que quizá le hizo perder la cabeza.

Rajoy sabe que la victoria mínima el 22-M, para garantizar el 2012 y no tener problemas internos, es la de los casi cinco puntos de 1995. Entonces el PP hizo un salto de 10 puntos, al pasar del 25% de los votos de 1991 al 35%, mientras que el PSOE caía del 38% al 30%, y la fuerte politización incrementaba en siete puntos la participación, que rozó el 70%. En 1995, el PSOE --sin contar el PSC-- solo mantuvo dos capitales de provincia: San Sebastián, con Odón Elorza, y A Coruña, con Paco Vázquez, dos heterodoxos.

Luchas internas

En el PP todo lo que sea una ventaja menor del 5% aparejaría nerviosismo, y quizá el retorno de las luchas intestinas. Persiguen, pues, un triunfo claro que garantice la Moncloa en marzo del 2012. El PSOE, con los sondeos en contra y con el 78% de los ciudadanos opinando que la situación económica es mala o muy mala (el 66,5% cree lo mismo de la situación política), aspira solo a una derrota honrosa, una diferencia no superior a los 500.000 votos, el doble que en las municipales del 2007, pero la mitad que en 1995. Se alejaría así el fantasma de las anticipadas y dejaría tiempo a que, tras las primarias, el nuevo candidato o candidata intentara una recuperación a la desesperada, como la de González en 1996. Ello será más fácil si José María Barreda logra vencer, por segunda vez, a María Dolores de Cospedal, la acerada secretaria general del PP, en Castilla-La Mancha.

Rajoy hará una campaña intensa, casi como si fueran unas generales. Intentará movilizar al máximo a su electorado (de ahí la cruzada para que Batasuna no tenga ninguna lista afín) y cabalgará sobre el malestar que causa la larga crisis y un paro que roza ya los cinco millones. La red Gürtel y el caso Camps son asuntos embarazosos, pero Génova sabe que la corrupción castiga poco a la derecha. Y como la mejor defensa es un buen ataque, acusará al socialismo de españolismo tibio (debilidad ante Batasuna y el Estatut) y atribuirá a Zapatero --y al PSOE-- la crisis y el paro, que dobla ya la media europea.

Enfrente, el PSOE ensaya una doble estrategia. Por una parte levantar la bandera del Estado del bienestar amenazado por el "programa oculto" del PP (y el real del Gobierno conservador de David Cameron). Por la otra, despolitizar las elecciones recurriendo a la personalidad y la gestión de los alcaldes y presidentes socialistas. Hay dos ejemplos claros. El del manchego Barreda, que desde hace meses pedía la retirada de Zapatero para evitar que se le asociara con la política económica del Gobierno, y el del PSC, que prioriza a los alcaldes y veta tanto a sus propios líderes --Montilla, entre otros-- para evitar que sea una segunda vuelta de las autonómicas como a los líderes y ministros españoles, para que no sea una previa de las generales del 2012.

Desconfianza

El 22 de mayo por la noche Rajoy necesita una ventaja de un mínimo de cinco puntos y alguna cabellera socialista (la de Antich en Baleares o la de Barreda en Castilla-La Mancha). Y la reconquista de Sevilla, la madre del socialismo español. El PSOE solo aspira, por el contrario, a una dulce derrota --González en 1996-- que deje abierto el partido del 2012. El gran problema del PSOE es el pesimismo causado por la crisis y el aumento del paro, que han forzado la retirada de Zapatero y tienen desmovilizado a su electorado. El del PP es que su líder, Rajoy, tampoco levanta el ánimo. Según el CIS, sufre la misma desconfianza que Zapatero. Y ello sin el desgaste de la crisis y de los 4,9 millones de parados.