Llegué a autolesionarme del asco que me daba de mí misma. Me hacía heridas en las piernas y los brazos y después me ponía pulseras anchas para que no se vieran las marcas», recuerda. Durante cuatro años la machacaron a insultos. «Guarra, puta, gorda...», recuerda los ataques y no puede evitar que aún se le humedezcan los ojos. «Me destrozaron la adolescencia y marcaron mi vida adulta», sentencia. Tenía 12 años cuando empezó el infierno. A los 16 se marchó del colegio para empezar el Bachillerato y dejó de sufrir las vejaciones. Pero las secuelas aún le duran: sigue necesitando ayuda psicológica. Es la historia de Teresa Jiménez Bravo, una cacereña que ahora tiene 29 años y que hasta hace muy poco no era capaz de hablar del boquete en el que quedó atrapada en su etapa de Secundaria. «No fue violencia física, más allá de algún empujón, sino psicológica. Me insultaban y yo agachaba la cabeza, pero no servía de nada, porque seguían y seguían».

Esta semana Cruz Roja ha alertado de que el 3% de los alumnos extremeños sufre acoso escolar (bullying en inglés). Pero este dato es solo la punta del iceberg, lo que sale a la luz, lo que se termina denunciando y calificando como tal. «El director de mi colegio, cuando se enteró, dijo que aquello eran cosas de niños. En ese momento sentí decepción y resignación. Cuatro años de machaque... no es cosa de niños», lamenta Teresa.

El pasado 2 de mayo fue el Día internacional contra el acoso escolar y ella ha querido contar su vivencia para denunciar esta realidad, «porque hay que proteger y ayudar a las víctimas, porque hay que recordar que la educación empieza en casa, porque no se puede consentir que se encubra a los acosadores».

SER DIFERENTE / Cuando recuerda cómo empezó todo, inconscientemente se sigue culpando por «haber sido diferente». «Es otro de los problemas, te planteas que lo mismo te mereces lo que está pasando». «Hasta 6º de Primaria -continúa su relato- vestíamos con uniforme en el colegio. En la ESO ya no, de manera que yo empecé a llevar prendas negras, un estilo un poco rockero. Porque es justo ahí cuando empiezas a forjar tu personalidad». Y justo ahí empezó el ataque a su físico.

«Cuando estaba en los primeros cursos de Secundaria, me acosaban los mayores; en 4º de ESO, el peor año de todos, fueron sobre todo los alumnos repetidores, eran más chicos que chicas. Ellos y sus cómplices, muchos de los cuales también terminaban atacándome».

Tiene claro que lo hacían para ser parte del grupo «de los importantes», no quedar apartados y evitar así sufrir las mismas vejaciones que ella.

«Incluso durante el verano antes de entrar en 4º iba por la calle con un amigo que me estaba acompañando a casa, nos cruzamos con ellos montados en sus motos y se pararon a pitarnos e insultarnos. Estábamos de vacaciones y no íbamos a clase, pero ellos seguían. Hasta averiguaron, no sé cómo, la verdad, el teléfono fijo de mi casa para llamar los fines de semana, decirme puta y colgar».

«Y yo no hacía nada, solo agachar la cabeza -se lamenta-, porque el machaque te destroza. Me despertaba llorando por las mañanas porque no quería ir a clase, pero me escondía para que mi familia no me viera así. Me refugiaba en mis amigos; ellos también sufrieron ataques, pero no tanto». Ella era la diana. Vivía con constante miedo.

EL SILENCIO / ¿Nadie se daba cuenta? «Yo no le conté nada a mi madre porque ella trabajaba en el colegio y no quería ocasionarle problemas. Pero al final exploté y se le vino el mundo encima cuando se dio cuenta de cuánto estaba sufriendo. Entonces fue la primera en defenderme. También creo que cuando mi hermana, que es mayor, estaba en el colegio, hacía de guardaespaldas, pero en el momento en que se marchó al instituto me quedé sin esa defensa», asegura Teresa.

Quizá su manera de vestir lanzara el mensaje equivocado de que tenía personalidad suficiente para llevar ropa distinta, eso provocó que algún maestro le gastara bromas en el aula que aún le dieron más alas a sus compañeros, «pero la verdad es que cuanto peor me sentía, más ropa negra llevaba. Hasta me teñí el pelo de negro porque creía que así pasaría más desapercibida, aunque soy consciente de que era solo mi percepción». Ahora luce una melena rosa.

«Con todo lo grande que soy, me hacían sentir muy chiquitita. Me encerré en mi casa, no quería salir a la calle para nada», subraya para explicar que no sabía cómo escapar de aquel infierno; la autoestima ya estaba por los suelos.

¿Que si ha vuelto a ver a alguno de aquellos acosadores? «Alguna vez, claro. Recuerdo un caso concreto en que uno de ellos estaba trabajando de cara al público y le pregunté que si no se acordaba de mí. Me respondió que no... Me pareció increíble que ni siquiera tuviera la decencia de saber quién era yo y lo que me había hecho sufrir».

Asegura que nunca ha tenido ansia de venganza ni se ha convertido en acosadora; hay casos en los que sí ocurre. «Puede ser que yo le haya hecho daño a alguien, pero sin querer, sin darme cuenta, no a conciencia». «Ojalá no tengan que ponerse nunca no ya en mi lugar, sino en el de mi madre».

UNA HERIDA aBIERTA / Han pasado 13 años desde aquel duro 4º de ESO y todavía no ha cerrado sus heridas. Pero en los últimos meses ha dado importantes pasos hacia adelante. El que más, ser capaz de contarlo.

A los 21, varios años después de haber dejado ya el colegio, le diagnosticaron depresión. Le explicaron que era consecuencia del acoso escolar que sufrió. Aún toma medicación y reivindica normalizar la necesidad de atención psicológica.

Dice que su trabajo actual ha supuesto una gran ayuda. Es jefa de prensa del equipo de baloncesto femenino Al-Qázeres, lo que le obliga a estar expuesta al público. Al principio temblaba, poco a poco lo vive con más naturalidad.

Hay más secuelas que siguen estando ahí: «Siempre estoy a la defensiva, cualquier opinión que es contraria a la mía lo interpreto como un ataque, ahora estoy trabajando en cambiar eso. Si voy a la piscina pienso que todo el mundo me está mirando. Me cuesta estar en sitios donde hay mucha gente. Y tengo una dependencia emocional enorme, me agarro a las personas como las garrapatas. De hecho, al principio de empezar con el Al-Qázeres, como se viaja bastante, yo hacía la maleta llorando porque me costaba muchísimo separarme de mi gente. Es algo que también estoy superando».

LAS REDES SOCIALES / Aunque considera que ahora hay profesores que están más concienciados acerca del bullying y sus consecuencias, cree que con las redes sociales el daño se multiplica: «Porque básicamente estamos todo el día con el teléfono móvil en la mano».

Por eso quiere mandar un mensaje a los docentes, «que a la mínima señal actúen, porque siempre hay algo detrás»; y a los padres, «tanto si sus hijos son acosados como acosadores», insiste. «Porque esto le puede pasar a cualquiera en cualquier momento», advierte.

Cuando mira hacia atrás y revive todo lo que ocurrió, ahora que lo afronta con más fuerza, se sigue preguntando: «¿Qué satisfacción sacaban esas personas de insultarme y atacarme continuamente? Al fin y al cabo, ellos seguían con su vida y yo me iba a mi casa destrozada», concluye Teresa.