Miroslav suele buscar resguardo cada noche en el cajero de alguna de las sucursales bancarias que hay en el entorno del Paseo de Cánovas de Cáceres. Hace una década que este checo de 37 años recaló en España con la idea de buscar trabajo tras perder el suyo en el ejército de su país por su relación con las drogas. «Todo pasa factura en la vida y todo lo que me ha pasado a mí es mi responsabilidad», cuenta con aplomo. No ha vuelto a consumir desde el 2013, trabaja esporádicamente y hace 4 meses llegó a Extremadura con la idea de hacer algunas peonadas en las campañas agrícolas, aunque no ha habido suerte. En las últimas semanas deambula por Cáceres : «vine a la vendimia, pero ni la vendimia, ni la aceituna, ni nada. Está todo muy mal», cuenta sentado en la avenida de España, donde suele pasar el día. Su mochila le sirve de asiento y en un par de bolsas lleva el resto de sus pertenencias y algo de comida. En los albergues no se siente cómodo y los comedores sociales tampoco son su opción preferente. Prefiere la calle, aunque cuando enlaza varios meses de trabajo, busca una casa.

«Nunca voy a los comedores sociales porque las comidas son demasiado fuertes para mí. No lo tolero bien. Tengo dañado el páncreas de cuando consumí heroína. Así que, si no gano dinero pido para comprar comida», cuenta. A sus pies tiene un vaso con algunas monedas y en ocasiones un hermano le manda dinero («no me gusta pedirle porque él tiene su vida», dice) y eso le da para pasar algún que otro día en una pensión, aunque son los menos.

Mejor el cajero que nada

«He llegado a dormir en la calle a -10°, así que por mucho frío que haga en el cajero siempre es mejor. En algunos dejan la calefacción», explica. La madrugada del viernes había acomodado el saco de dormir sobre unos cartones en un extremo del cajero del Liberbank de la avenida Clara Campoamor. En el otro extremo se disponía a dormir otro compañero de la calle con el que ha trabado amistad.

La ola de frío de las dos últimas semanas tiende a aflojar, pero las temperaturas aún se mantienen bajo cero en la madrugada en muchos puntos de la región. Organizaciones como Cáritas o Cruz Roja, en coordinación con la Junta y los ayuntamientos, ponen albergues a disposición de las personas sin hogar, pero en unas ocasiones no se puede cubrir toda la demanda y algunas personas tampoco quieren hacer uso de ellos. En ese escenario, soportales y cajeros se convierten en el principal recurso para buscar refugio.

«Hay personas con situaciones muy complejas y otras que nos trasladan que quieren estar en la calle. Cuesta mucho entenderlo en esta situación de frío, pero siempre hay que respetarlo», responde Olga Salado, responsable de comunicación de Cáritas en Cáceres.La organización gestiona siete centros para personas sin hogar en Badajoz, Mérida y Cáceres. Tres de ellos son centros de emergencia social activados durante los meses más fríos para ofrecer un techo a los que no lo tienen.

Cuentan con medio centenar de plazas que en estas fechas suelen estar cubiertas a diario. «En estos días, hay algunos que no salen del centro por temor a perder su plaza», dice Vicente González del área de inclusión de Cáritas Mérida- Badajoz. Precisamente desde aquí acaban de hacer un llamamiento para que donen ropa de abrigo de hombre (chándal, camisetas, sudaderas) para atender a los usuarios. La inmensa mayoría son hombres.

«Yo no le deseo a nadie estar en la calle», dice Enrique Vasco, pacense de 44 años. Lleva dos semanas durmiendo en el centro de emergencia social Bravo Murillo de Badajoz y por las tardes saca algo de dinero vendiendo castañas asadas. Se quedó en la calle hace poco más de un mes, tras una disputa familiar por la que tuvo que abandonar la casa de sus padres. No tenía nada y empezó a frecuentar el comedor social, donde le proporcionaron un saco de dormir y una manta para sus primeras noches a la intemperie. «Empecé a dormir en una casa abandonada. Junto al frío, recuerdo el miedo. No duermes», afirma.

Desde noviembre

Desde que se activó el protocolo por el frío, en el mes de noviembre, Cruz Roja ha atendido a un centenar de personas: son 39 usuarios en Badajoz, 34 en Mérida, 19 en Cáceres y 2 en Herrera del Duque, donde ellos tienen un centro propio. Hay otros casos puntuales que en muchas ocasiones atienden directamente los servicios de localidades más pequeñas y no siempre llegan a registrase. Esta semana, por ejemplo, asistieron en Jarandilla de la Vera a un hombre de 84 años que estaba en un cajero en una de las noches más frías. Fue un vecino el que alertó. No era de las personas habituales de la población así que se le buscó alojamiento en una pensión y se activó al equipo médico para que se le hiciera un chequeo por su avanzada edad. En esta ocasión accedió a ser atendido. «Pero hay muchas veces que lo rechazan», recuerda José Aurelio González, coordinador de Cruz Roja en Extremadura. En esos casos, se les ofrecen mantas, ropa de abrigo y algo de comida caliente «para ayudarles al menos a sobrellevar la situación».

Uno de esos casos es el de Antonio, un gallego que roza los 60 años y lleva dos décadas en la calle, la mitad de ese tiempo en Cáceres. «Quiero dos ColaCaos y una mascarilla», dice cuando ve al equipo de la ola de frío de Cruz Roja en Cáceres aproximarse a su rincón para visitarle y ofrecerle ayuda y charla. Les está esperando, como cada noche.

Durante el día suele pedir dinero en la puerta de algún supermercado y por la noche duerme en el recoveco de un parque de la barriada de Moctezuma en el que se ha ido creando su espacio con cosas que va encontrando. «Recojo todo lo que veo que me puede ser útil», dice. Habla pausado, reniega de dormir en albergues «porque no me gusta estar encerrado» y huye del drama mientras recuerda que en su juventud pasó por buena parte de los seminarios y que su vida iba orientada al sacerdocio, hasta que se cruzó el alcohol y le echaron. «Tampoco era buen estudiante, quizás por la esquizofrenia», apostilla. Se enorgullece, eso sí, de que ha vivido como trotamundos y enumera la retahíla de países que ha recorrido, trabajando unas temporadas y sobreviviendo otras. De nuevo espanta el drama. «He conocido a mucha gente y ha habido gente que me ha ayudado. Quizás porque siempre he ido con educación por la vida», cuenta mientras apura el primer ColaCao.

Mantas, caldo y mascarillas

«Cruz Roja Cáceres, equipo de la Ola de Frío. Salimos». La llamada al 112 al filo de las 22.00 horas pone en marcha el servicio especial que 4 voluntarios de Cruz Roja realiza de lunes a jueves para atender a las personas que duermen en la calle en Cáceres (los viernes y fines de semana se ocupan los voluntarios de la DYA, que se acaba de incorporar al dispositivo). Confirman que no hay ninguna plaza disponible en el albergue, así que hasta la una de la madrugada recorrerán la ciudad para ofrecer mantas, ropa de abrigo, sacos de dormir, caldos, comida y algo de charla a las personas que viven en la calle. Ahora tienen localizadas a cinco personas y atenderles a ellos será la primera tarea.

Esa noche el equipo lo integran un veterano conductor, José Manuel Quesada, la coordinadora Delia Álvarez y dos voluntarias más de apoyo: Lucía Pablos y África Díaz, que se estrena en este servicio.

«Muchas veces no quieren nada y en otras ocasiones al principio rechazan cualquier ayuda. Hasta que les insistes durante varios días. les preguntas, te interesas por ellos, les das algo de charla y empiezan a abrirse y a confiar en ti», recuerda la coordinadora del servicio. Conocen los sitios que suelen frecuentar cada uno de ellos y revisan el equipo para llevar cantidad suficiente: un termo de caldo y otro de leche, cacao, café, descafeinado, magdalenas, galletas, ensalada de pasta y zumo. Echan además varias mantas, abrigos y sacos de dormir y también mascarillas higiénicas para que las renueven.

Poco después de las 22.00 horas se ponen en marcha. De camino a la calle Salamanca (allí vive en los soportales uno de los indigentes que siguen) localizan en un cajero de la avenida Clara Campoamor a otros dos hombres a los que visitan también. Esa es la segunda parada. Se trata de Miroslav (República Checa, 37 años) y otro compañero (no quiere dar su nombre) que suele pedir también en el primer tramo de la avenida de España.

«Buenas noches. ¿Necesitáis mantas? ¿Queréis un caldito o un poco de leche?», les ofrecen en el interior del cajero. Ambos acceden y piden también mascarillas. La conversación se alarga después varios minutos con los avatares de cada uno. Se acercan las 23.00 horas y toca seguir la ruta. «Chicos, que descanséis. Hasta el lunes. Mañana vendrá el equipo de la DYA», les recuerdan los voluntarios mientras salen del cajero. Un poco de gel hidroalcohólico y de vuelta al furgón. Quedan dos horas. Siguiente parada, Moctezuma. Saben que allí les estará esperando ya Antonio.