En el velódromo de Dos Hermanas (Sevilla), catedral del socialismo obrero español, el candidato Alfredo Pérez Rubalcaba, el expresidente Felipe González y el exvicepresidente Alfonso Guerra se desgañitaban en la tribuna. Y el fantasma de José Luis Rodríguez Zapatero flotaba sobre la masa de seguidores. El PSOE intentaba exorcizar los feos augurios pregonados por las encuestas, pero cada cual mascaba sus aprensiones. Casi al mismo tiempo, en Leganés, el otro candidato, Mariano Rajoy, toreaba de salón en presencia de su plana mayor. Relajado y cómodo en su papel de vencedor implícito, el líder del PP incluso se permitió elogiar a quienes podrían ser ministros en su futuro Gabinete (Sáenz de Santamaría, Mato, Gallardón y Cañete). Fue la primera jornada intensa de una campaña que no suscita entusiasmos. Los votantes asisten llenos de incredulidad a unas escenificaciones perfectamente inverosímiles.

PAIS DE MARAVILLAS ¿Por qué el PSOE promete ahora medidas que no ha tomado en casi ocho años de gobierno? ¿Cómo creer al PP cuando propone simultáneamente incentivos fiscales y reducción del déficit sin menoscabo de las inversiones sociales? Los interrogantes flotan en el aire, porque todo está adquiriendo un extraño aire de irrealidad. Felipe González aseguró ayer que se retirará si su partido no gana en Andalucía (¿y de qué se piensa retirar?). Rajoy puso a Esperanza Aguirre, presidenta de Madrid, como ejemplo de la gestión que aplicará su partido en toda España tras el 20-N (¿también en la sanidad y la educación?). Incluso Cayo Lara, mitineando en Zaragoza, llegó a ofrecer la creación de tres millones de puestos de trabajo en tres años mediante el empleo verde , la rehabilitación de viviendas, la construcción de infraestructuras y el apoyo a las pymes (¿sueña despierto el candidato de IU?).

El PSOE pelea contracorriente, y lo hace con todo lo que dan de sí sus candidatos, sus fontaneros y las empresas de márketing político que le asesoran. Ayer, en el mitin sevillano, tanto Rubalcaba, como González y Guerra (que llevaban años sin coincidir en un acto público) no pudieron evitar la sobreactuación. La audiencia seguía con tensión los discursos a la espera de revelaciones decisivas, de asertos inapelables.

¿REMONTADA? Por si acaso, el conservador Esteban González Pons se dedica a enfriar el triunfalismo de los suyos recordando que hay todavía "cuarenta millones de indecisos". Rubalcaba se está dejando la piel en el intento y hoy repetirá con Felipe González en Valencia, bastión conservador. El cara a cara de mañana se ha convertido para muchos socialistas en una oportunidad decisiva. En Ferraz, los expertos explican que el encuentro se parecerá más a La Clave que a 59 segundos . La comparación lleva implícita una revisión nostálgica de aquellos tiempos en que la izquierda dominaba el debate político, y en el programa que moderaba José Luis Balbín un Josep Borrell pletórico explicaba con precisión exquisita las ventajas de la presión fiscal progresiva para dotar de recursos al estado del bienestar. Ha llovido mucho desde entonces. Por eso Rajoy prefiere hablar de futuro, su futuro, y en el PP caricaturizan el retorno de las viejas estrellas del PSOE.

ATAQUES VERBALES Si González Pons se pitorreó del revival socialista asegurando que González o Guerra podrían ser sus padres, este último ridiculizó la presunta galvana de Rajoy, al que describió tumbado a la bartola "perezoso, abúlico e indolente". Esperanza Aguirre, lanzada y subidísima a la parra, proclamó que los españoles "están hartos de rubalqueros y zapatalbas". En A Coruña, Miguel Cortizo, exdelegado del Gobierno en Galicia y actual candidato, se despachó a gusto y calificó de "cabrones y mezquinos" a quienes desde las filas del PP "actuaron con deslealtad ante el terrorismo y la crisis".

Con PSOE y PP acaparando toda la atención, los minoritarios buscan espacio como pueden y lamentan el protagonismo de los grandes. Pero salvo en los territorios donde la presencia nacionalista rompe parcialmente el esquema bipolar, todo indica

que el hecho electoral girará, como casi siempre, en torno a la pugna Rubalcaba-Rajoy, porque ahí está el meollo de la cuestión, el futuro Gobierno. Más aún, las encuestas señalan que el 20-N puede consagrar un bipartidismo pluscuamperfecto, matizado apenas por la presencia de CiU, IU y poco más.

Es significativo que Esquerra Republicana de Catalunya o el Bloque Nacionalista Galego aspiren básicamente a mantener la posición y que Izquierda Unida pueda considerar un éxito sacar cinco o más diputados para disponer de grupo parlamentario propio. Y eso mientras en Madrid las expectativas de UPD son mejores que las de la coalición que lidera Cayo Lara.

Guste o no, las elecciones son cosa de dos.