CACERES

Los ciudadanos extremeños, travestidos moralmente de quijotes, intentan parar la guerra con poemas, antorchas, apagones y sartenes. Mientras tanto, los políticos juegan al electoralismo y se enzarzan en declaraciones, réplicas y contrarréplicas. Han bastado unos adoquines salvajes en Mérida para que la calle pierda protagonismo y la retaguardia bulla preelectoral y oportunista.

La violencia nunca es interpretable. Cuando ETA mata, sólo hay que condenar. Interpretar es conceder a la violencia el don racional de la inteligencia. Cuando los adoquines quiebran cristales, se impone condenar la amoralidad y la animalidad bruta. Interpretar las pedradas es convertir lo salvaje e instintivo en cerebral.

La precampaña electoral está trufando la guerra de intereses bastardos. Se escuchan declaraciones en la izquierda que parecen disfrutar con la situación, como si las bombas trajeran votos en lugar de aparejar sólo muerte, desgracia y desazón. Se oyen voces en la derecha que parecen entusiasmadas con los adoquines, como si la violencia contra el PP fuera un alivio que ayudara a olvidar la guerra y a parar la sangría de votos.

No se puede jugar con distintos raseros cuando estalla la violencia, despreciando a quien no condena en Euskadi y despreciando a quien condena en Extremadura. Hay que estar atentos para no dejarse llevar por el electoralismo y mantener las convicciones morales a prueba de tentaciones: la guerra debe acabarse aunque eso no dé votos y los adoquines sólo son la prueba de que hay seres poseídos por la brutalidad de los instintos.