En busca del fuego... Desde el pasado domingo, la Nacional 521 conduce directamente de Cáceres al infierno. Bajo un sol que abrasa sin misericordia, se suceden los campos ardientes: amarillos hasta Aliseda, salpicados después de manchas cenicientas y, a partir del cruce de Cedillo, definitivamente negros y desolados.

La carretera es una caravana de camiones cargados de bobinas de cable telefónico, coches del Ejército y furgones de la Diputación: son los convoyes de la reconstrucción. Al aproximarnos a Valencia de Alcántara, una pincelada de ceniza desdibuja un horizonte que antes era verde y frondoso. Entramos en la tierra quemada.

"Se ha acabado la frescura de la campiña, las paredes de nuestras casas están calientes. ¿Cuándo volverá a reverdecer la Sierra Fría? Yo no lo veré". En las alquerías de la frontera las gentes caminan cabizbajas hasta que se extiende por las casas el rumor de que han llegado los periodistas y de los prados negros surgen voces indignadas. "Sufro porque los de Medio Ambiente están en la calle, tenían que estar encerrados", aprieta los puños Antonio Pirón y clama al cielo.

ANTONIO, UN MOSQUETERO

Antonio viene de comprar el pan y se dirige hacia su casa, en Los Arroyos de Abajo, una alquería de la aldea de Las Huertas. Antonio es un auténtico mosquetero: "Nací en Getafe, pero defiendo Extremadura a capa y espada porque me casé aquí y de aquí son mis padres y mis hermanos". Antonio levantó una casa cerca de la carretera y se hizo con una hectárea de olivos, alcornoques y robles centenarios. Sólo le queda la casa, el resto es carbón.

"Esto era un rinconcito parecido a Galicia. Yo cultivaba unas mimosas preciosas que eran la envidia de todos, pero ya se acabó lo bonito". Antonio está enfadado con el destino, con los de Medio Ambiente, con el ayuntamiento... "Cuántas veces hemos pedido que arreglaran este camino. Estaba lleno de maleza y por él ha llegado el fuego, pero ni caso".

De las casas salen vecinos que apoyan los argumentos de Antonio. Mercedes recuerda indignada que llegó una tanqueta, vio a su marido y a Antonio sofocando el fuego "y se marcharon porque decían que ya estaba todo controlado". A Mercedes se le han quemado 1.500 metros de manguera, dos tractores de leña, los árboles, las carretillas. Pero las casas han aguantado.

Josefina, valenciana afincada en Vitoria, enseña su flamante piscina destruida por el fuego. Aparece Antonio Molino, que asegura haber enviado hace 20 años un papel al Ayuntamiento de Valencia de Alcántara pidiendo que arreglaran el camino por donde, repite, llegó el fuego. "Si es que estaba tan lleno de maleza, que hasta un burro daría la vuelta. Estos son los suburbios de Valencia de Alcántara".

Los vecinos de las alquerías de la frontera no se resignan a la devastación. En Jola, en Alcorneo, en Aceña de la Borrega, en Los Pinos, en La Fontañera, en As Casiñas se buscan culpables, se lamenta que los leñadores dejen los residuos de su trabajo en el monte mientras Medio Ambiente les exige a ellos que acaben con cualquier resto de poda. "La ley no es igual para todos", sentencia Mercedes.

Pero el fuego sí que fue universal. "Tengo 70 años y no había visto nada igual en mi vida: humo, fuego, calor... Pasaba la furgoneta voceando: Todo el mundo a Valencia de Alcántara, pero yo decía que no me iba, y mi nieto lloraba, y mi marido me convenció y desalojamos". María Carballo se hizo esta casa próxima a la frontera hace un año y el domingo estuvo a punto de quedarse sin ella.

Cerca de allí, las llamaradas llegaron a las tierras de Manuel Díaz por el aire. Su casa y su huerto son una isla cenicienta en medio del verdor. Parece un fenómeno sobrenatural, pero Manuel, jubilado de Telefónica, lo explica: "Las ´morceñas´ venían volando e incendiaban las tierras donde se posaban". Las morceñas son las hojas de castaño ardiendo que el viento caprichoso repartió el domingo por estas tierras arraianas señaladas por el dedo del desastre.

Manuel lo pasó mal. "El fuego hacía un ruido infernal en el bosque de carballos (robles), como si se fuera a hundir todo, pero yo decidí no abandonar el barco y a base de manguerazos y con la ayuda de Jorge, un pequeño héroe de 12 años, he salvado mi casa".

Manuel Núñez, sin embargo, no pudo salvar sus 60 cerezos. Manuel, Diego y otros vecinos esperan al médico en el ambulatorio de Las Huertas. Uno de ellos, Antonio Carballo, asegura que en 73 años no ha pasado calor por las noches. "Al atardecer llegaba el fresquito de los pinos, pero eso se ha acabado. Yo ya no volveré a ver nunca la sierra verde".