En el ecuador de la legislatura, cuando el viento vuelve a soplar a favor, ayer José Luis Rodríguez Zapatero soltó lastre para que el Gobierno tome velocidad de crucero. Su primer ajuste ministerial tiene nombre propio: el del díscolo José Bono, que hace seis meses, harto de la política en general y del Estatuto catalán en particular, le pidió el relevo como ministro de Defensa. El presidente congeló su renuncia, que ahora ha aprovechado para reforzar la cohesión del Gobierno en vistas al fin de ETA. Con Alfredo Pérez Rubalcaba en Interior y desplazado Jose Antonio Alonso a Defensa, Zapatero conforma un núcleo duro de su máxima confianza para afrontar el proceso de paz. Y, de paso, prescinde de la denostada titular de Educación, María Jesús San Segundo, a quien sustituirá Mercedes Cabrera. Las tomas de posesión, el próximo martes. Pocos, muy pocos estaban al cabo de la calle de unos cambios que Zapatero cavilaba desde hace meses. Aparte de Bono, que conoció el domingo la fecha de su cese, el único sobre aviso era Pérez Rubalcaba, quien hace tiempo que insinuaba que sus días como portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados estaban contados. Zapatero informó la víspera por la noche a los interesados y a la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega, y ayer, tras despachar con el rey Juan Carlos y difundir públicamente los cambios, se los comunicó al Consejo de Ministros.

Pérdida de confianza

Para verificar si el alto el fuego de ETA presagia el abandono de las armas, Zapatero necesita que todos los instrumentos del Estado, desde las fuerzas de seguridad hasta los servicios secretos, trabajen sin fisuras al servicio de la paz. Según apuntaron fuentes oficiales, hacía meses que el director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), Alberto Sáiz, tenía órdenes de informar sobre ETA sólo al presidente y no a Bono, aunque fuera su inmediato superior. Que el ministro se declarara escéptico sobre el proceso de paz impulsado por Zapatero contribuyó a que perdiera su confianza.

Al cambiar su despacho en Interior por el de Defensa, quien en adelante controlará los servicios de espionaje será Alonso, amigo de la infancia del presidente del Gobierno. Merced a esta relación, Alonso entendió que Zapatero le marginase de los preparativos del fin de ETA, precisamente para no contaminar sus atribuciones al frente de la lucha antiterrorista.

El ministro sin cartera

Su sustituto en Interior será, por contra, la persona que más ha colaborado con Zapatero en las gestiones que han conducido al alto el fuego. Se ganó su aprecio en el 2000, al negociar el pacto anti-ETA con el PP; aun sin pertenecer a la ejecutiva socialista afianzó su posición como interlocutor del Gobierno en materia antiterrorista; y, tras la victoria electoral, asumió el reto de asegurar la estabilidad parlamentaria del Ejecutivo. Al fin, la ardua negociación estatutaria ha acabado de encumbrarle.

Verdadero ministro sin cartera durante los dos últimos años, Rubalcaba ha estado en el secreto de los movimientos del presidente en pos del fin de ETA, tratando --no siempre con éxito-- de que los medios de comunicación no desvelaran detalle alguno. Al frente de las fuerzas de seguridad su tarea será clave para verificar el cese de actividades de ETA y, en su caso, para orientar las negociaciones que deberían desembocar en la disolución de la banda terrorista.

A Rubalcaba le sustituirá como portavoz en el Congreso su actual número dos, Diego López Garrido, con lo que, de paso, conservará influencia en el área parlamentaria. Tal vez sea su creciente poder lo que le ha granjeado la animadversión del PP, cuyo líder, Mariano Rajoy, advirtió ayer de que su llegada a Interior pone en riesgo el apoyo conservador a la estrategia antiterrorista del Gobierno.

El contrapunto a este ascenso lo puso ayer Bono, que con su peculiar estilo dijo adiós a la política. Aunque adujo motivos "familiares", fuentes oficiales achacaron la retirada a sus dife-

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