Hacia mediados de los años setenta, la riada emigratoria que durante más de quince años había arrastrado fuera de la región a cientos de miles de extremeños, mostró claros síntomas de agotamiento. La crisis económica suscitada por el inusitado encarecimiento del petróleo, el propio vaciamiento demográfico regional y el hundimiento de la fecundidad fueron suficientes para que la emigración perdiera todos los estímulos y atractivos que antaño la animaron. Desde entonces, y como otrora ocurriera, el éxodo volvió a convertirse en un mero mecanismo regulador de la presión demográfica.

Las mismas razones alentaron un proceso de retorno que, aunque con fluctuaciones cuantitativas y cambios estructurales, aún hoy continúa reflejando el regreso a casa de antiguos emigrantes. Fue así como, por primera vez en todo el siglo XX, el balance migratorio extremeño de mediados de los ochenta arrojó un saldo migratorio positivo. Paralelamente, Cataluña y el País Vasco pasaron a convertirse en focos de emigración. Suele creerse que la convivencia entre emigración y retorno se justifica por el contraste de edad que se aprecia en sus protagonistas. Tal disparidad, sin embargo, sólo presidió la dinámica espacial hasta finales de los años setenta. Hasta entonces, las principales causas del retorno se relacionaban con la jubilación de los emigrantes extremeños, como lo demuestra el hecho de que el 76,9 por 100 de los retornados superaran la edad de 65 años y que, en cambio, sólo el 2,7 por 100 tuviera menos de 30 años.

OTRAS CAUSAS

Tras la fecha indicada, aparecieron nuevas causas de retorno que se superpusieron a la jubilación. El despido laboral, la precarización del empleo o la expiración de los contratos temporales se erigieron desde entonces en propulsores de un reflujo que estimulaba la movilidad de la población adulta-joven. A diferencia de lo ocurrido años atrás, la corriente de retorno de los ochenta estuvo protagonizada en más de su tercera parte por población con menos de 30 años, en tanto que la mayor de 60 años apenas representaba un 25 por 100. Esta sigue siendo la tónica general en la corriente de retorno más reciente.

LA ULTIMA DECADA

Entre los años 1991 y 2000 retornaron a nuestra región un total de 45.550 extremeños. Teniendo en cuenta que a 1 de enero de 1998 el volumen de extremeños no residentes en Extremadura ascendía a 670.695, bien podría pensarse en que el promedio anual de 4.555 retornos no alcanza más que dimensiones modestas. No obstante, dada la atonía vegetativa que manifiesta la región, este aporte demográfico se constituye en uno de los soportes de la estabilidad que viene caracterizando la evolución de la población extremeña en los últimos años. Por exiguos que parezcan los guarismos, consideramos que el retorno debe valorarse muy positivamente desde el momento en que puede actuar como elemento reparador de un tejido demográfico que, globalmente considerado, muestra evidentes síntomas de desgaste y deterioro.

Al mismo tiempo, dicha apreciación se fundamenta en las propias características estructurales de los retornados. Además de un marcado equilibrio en la distribución por sexos, la corriente de retorno muestra un reparto por edades en el que el grueso se localiza entre los 20 y 39 años, de tal modo que este segmento poblacional llega a representar el 40,2 por 100 del total de retornados. Los menores de 19 años tan sólo alcanzan una participación del 15,5 por 100 que, pese a su modestia, se sitúa en cotas superiores a las alcanzadas por los mayores de 64 años (13,9 por 100).

El colectivo retornado, por tanto, muestra un grado de envejecimiento sensiblemente inferior al de los propios residentes extremeños, hecho que corrobora claramente ese efecto reparador a que antes se hizo alusión.

DESAJUSTE EN EL RETORNO

En este sentido, debe destacarse que algo más del 63 por 100 de los retornados han tenido como destino municipios con menos de 10.000 habitantes, una circunstancia que en principio, y si no se utilizara ningún otro elemento de referencia, podría indicar que el retorno beneficia claramente al medio rural extremeño. No obstante, es preciso tener en cuenta que el número de municipios que tienen menos de 10.000 habitantes asciende en Extremadura a 369 (96,3 por 100 sobre el total de municipios de la región), lo que quiere decir que existe un marcado desajuste entre las proporciones respectivas de municipios y retornados. Es más, si se calcula la media de retornados por cada municipio de tamaño inferior a 10.000 habitantes, nos encontraríamos con una cifra inferior a las 75 personas a lo largo de los 10 años considerados, resultado que evidentemente descarta cualquier valoración excesivamente optimista del fenómeno.

GRANDES NUCLEOS

Bien distinto es el caso de los municipios de Cáceres y Badajoz que, de forma conjunta, han absorbido al 16,4 por 100 de los retornados. Dicha proporción podría parecer reducida si se considera que ambas capitales aglutinan más del 20 por 100 de la población regional.

No obstante, debe destacarse, sin ningún género de dudas, que se trata únicamente de dos municipios y que, de forma conjunta, han servido de destino a casi 7.500 retornados, cifra nada desdeñable dado que el tamaño de ambas ciudades no es tampoco demasiado excesivo.