Si en el centro y el norte de Europa el movimiento migratorio de las zonas rurales a las ciudades se produce a raíz de la Revolución industrial y cubre buena parte del largo y agitado siglo XIX, en España, ausente en algunas de las grandes citas sociales y políticas de la historia contemporánea universal, ese mismo fenómeno, con peculiaridades específicas, tiene lugar un siglo después, concretamente a partir de la década que siguió a nuestra guerra civil. Entonces, la creciente actividad de la zona cantábrica, desde Asturias (minería del carbón) hasta Vascongadas (minería e industria del hierro), así como de Cataluña (industria textil), actúa como foco de atracción y genera un movimiento masivo, en oleadas sucesivas, desde las zonas rurales, económicamente deprimidas, del sur y el oeste de España. Entonces, por obra y gracia de la industrialización y el progreso, los jornaleros del campo se convierten en obreros de fábrica, mientras que los ingresos individuales y familiares, más elevados y estables, determinan no sólo mejores condiciones de vida sino también, y sobre todo, un cambio de mentalidad. Se trata de un fenómeno que va a permitir a Extremadura liberarse, al menos en parte, de un abandono secular y a sus habitantes conocer modos de vivir y de pensar más acordes con la modernidad o, si se prefiere, con el espíritu de los tiempos.

LOS COMIENZOS

El primer gran movimiento migratorio de extremeños con destino a diversas zonas de España, entre ellas, Asturias, Vascongadas y Cataluña, además de Madrid y su área de influencia, abarca, en líneas generales, desde finales de los años cuarenta hasta principios de los años setenta del siglo XX. En torno al año 1960 se produce un segundo movimiento, tanto desde Extremadura como desde las regiones de acogida, con destino a diversos países de Europa, concretamente Francia, Alemania y Suiza. A partir de 1970, el flujo migratorio se ralentiza, hasta que termina por extinguirse como fenómeno social de masas. No obstante, Madrid, que tradicionalmente ha ejercido una fuerte atracción sobre los habitantes de las regiones periféricas de nuestro país por las oportunidades laborales que siempre ha ofrecido en el sector terciario, mantiene e incluso mejora su posición durante el último cuarto del siglo XX gracias, de manera especial, a la fuerte industrialización de que son objeto la capital y su entorno.

Hoy se calcula que en todo el mundo hay entre 600.000 y 800.000 emigrantes extremeños. (Esta última cifra supone el 42,1% con respecto a una población total de 1.900.000 personas.) De ellos, en Cataluña viven unos 180.000, lo que equivale a la población conjunta de las ciudades de Badajoz y Mérida.

En estos momentos, la población extremeña de Cataluña registra una notable estabilidad. Los hijos de los emigrantes/inmigrantes están ya integrados en la sociedad de la región de acogida.

CATALUÑA: SITUACION ACTUAL

Desde hace unas tres décadas, la población extremeña de Cataluña, formada inicialmente por jornaleros y trabajadores del campo que, tras emanciparse de las servidumbres de su condición, han accedido a la clase media urbana, está plenamente incardinada en la comunidad de acogida y ahora registra una notable estabilidad, a pesar de una levísima tendencia decreciente, pues, por diversos factores --laborales, sociológicos y políticos--, el número de personas que regresa a sus localidades de origen es superior al que llega. Aun así, la inmensa mayoría ha optado por permanecer en el Principado, tanto porque aquí tiene su casa y su medio de vida como por los hijos, muchos de los cuales han nacido, se han formado y se han casado en estas tierras.

Es en este contexto en el que se crean, se desarrollan y prosperan las 25 Casas de Extremadura existentes. Agrupadas en una Federación, las Casas tienen una vida activa, pues poseen un considerable número de socios (las de Barcelona, Sant Boi y Barberá del Vallés, entre otras, superan ampliamente los quinientos), con un abanico de actividades culturales, gastronómicas y folclóricas, repartidas durante todo el año, que pueden agruparse en torno a tres ejes principales: la vida asociativa, los contactos con Extremadura y las relaciones con la comunidad de acogida.

Algunas de estas actividades, junto con las cuotas de los asociados, contribuyen a hacer frente a los gastos de su mantenimiento. A ellas se suman las subvenciones de diversa cuantía que las Casas reciben de la Junta de Extremadura, la Generalidad de Cataluña, las diputaciones y los ayuntamientos de las localidades respectivas.

Evidentemente, siempre son de lamentar las condiciones de pobreza e incluso de miseria que obligan a las personas a abandonar sus hogares y a emigrar, pero no cabe duda que para esas personas es una suerte encontrar tierras y países en los que pueden rehacer sus vidas y prosperar. En la mayoría de casos, cuando esto ocurre, se establece una relación simbiótica, pues el emigrante/inmigrante entrega su fuerza de trabajo y a cambio recibe de la sociedad de acogida una vida de mejor calidad, con la consiguiente promoción social y cultural.

Y está claro que con ello las dos partes resultan beneficiadas. De acuerdo con este mismo espíritu sería de desear que quienes han conocido otras maneras de vivir y pensar pusieran al menos una parte de lo conseguido y aprendido al servicio de su comunidad de origen, máxime ahora que ésta ha dejado de ser tierra de salida y se ha convertido en tierra de acogida.