Impresiona sobremanera encontrarse a las puertas de la Ciudad Deportiva a un compañero con el que acabas de jugar un partido de baloncesto: blanco, sin pulso, sin vida; en manos de varios componentes de una ambulancia tratando de reanimarlo.

Cuando ya parecía, después de veinte minutos de maniobras, que los sanitarios se iban a dar por vencidos y querían llevárselo al hospital para intentarlo allí, una de las jóvenes del grupo dijo: "No, que se nos va en el camino; mejor sigamos con la reanimación aquí".

Continuaron con los masajes cardiacos y la ventilación, y, al poco tiempo, mi compañero recuperó el pulso.

Quiero dar las gracias al atleta aficionado que lo encontró inconsciente dentro del coche y junto a dos chicas que pasaban por allí le dieron los primeros auxilios, a los miembros de la ambulancia y a la joven que perseveró durante cinco minutos más hasta salvarlo.