Todos somos testigos de los continuos cambios que se producen en cualquier ciudad de nuestro país.

Me estoy refiriendo a que, en las calles por las que siempre transitamos, desaparece una tienda para montar otra, sustituyéndola y ofreciendo otro tipo de artículos. Y, al poco tiempo, ya hay varias tiendas nuevas, oficinas de banco o lo que se decida ubicar allí, que convierten a la calle que tanto conocíamos, en otra, prácticamente desconocida. No estoy diciendo que no esté a favor del progreso, al contrario. Que una ciudad cambie es síntoma de ello.

Sin embargo, da tristeza que las tiendas de toda la vida desaparezcan y, lo peor, que nos olvidemos enseguida de qué había antes en el lugar ocupado por la nueva. Hace poco, un hombre me preguntó sobre una antigua tienda que recordaba de pequeño y que ya no estaba, cuando volvió a su barrio de la niñez.

Se empeñó -y creo que sigue recabando información- en averiguar qué había sido de los dueños de aquel ultramarinos, del que ningún vecino se acordaba ya, a pesar de que el hombre, de unos 70 años, afirmaba que había sido una tienda emblemática de la ciudad… La memoria colectiva se pierde, al igual que la individual. Pero siempre nos quedará el arte fotográfico o pictórico, que nos mostrará, de forma indeleble, las ciudades tal y como las conocimos y en el que podemos revivir nuestro pasado más amable.