Tiempo atrás, leí que Cultura fomenta y ayuda que no sé si es lo mismo a la creación, divulgación y celebración de festivales musicales. Desde luego, es un alivio ver cómo desde siempre el público es incapaz de mantenerse inerte ante un espectáculo musical magnánimo. Sea cuál sea y de quien quiera que sea.Desde que tengo uso de razón he formado parte de tantas y cuantas discusiones musicales la mayoría de ellas insulsas y sin sentido, pero con su pizca de gracia que bien hubieran podido ser las culpables de un arrebato de odio hacia todo artista que se precie y se maneje por el noble arte de las notas. En estas discusiones, a las que siempre quise llamar debates y nunca pude, siempre apoyé la figura de los artistas prototipo largas melenas en su mayoría, dedos afilados como el sonido de sus guitarras y un indomable espíritu mientras que otros que opinaban en mi contra se escudaban en las modas, mientras yo me compadecía de ellos cuando les oía soltar por sus bocas ignorantes aberraciones tales como eso ya no se lleva, dónde vas con eso, que es del año catapún. Frase muy socorrida, esta y un largo y avergonzarte etcétera.Hace un par de veranos, un familiar me habló de su estancia en un festival de música rock. En el trasunto de la conversación, habló que dentro de ese universo colosal que es un festival, vio a grupos de personas que, como ella, nunca habían asistido a tal evento. Ella eran una gran fan de algún que otro grupo del cartel, pero, según me dijo, le sorprendió de buen grado comprobar como aquellas personas de las que hablaba ni tan siquiera habían escuchado una canción de alguno de aquellos grupos. Estoy seguro de que, si me lanzan al apuro, no escucharon buen rock en su vida. Y yo me pregunto, ¿cuestión de gustos? No, por desgracia. Cuestión de modas.